Se acerca la festividad de Todos los Santos, no sin antes celebrar su versión comercial al más puro estilo americano, Halloween, una fecha oscura envuelta en tonos naranjas y verrugas verdes (por herencia directa de "El mago de Oz" (Victor Fleming, 1939), que cada año nos devuelve a la infancia entonando el "truco o trato" como alegre y pringoso estribillo. Siendo esta la víspera de Todos los Santos, por muy tétrica que se pinte, no puede ir más allá de lo que en el día siguiente impera; cientos de ramos de flores que se aprovechan para limpiar las tumbas y que posteriormente se marchitan (o son aprovechados por los enterradores y jardineros para complacer a sus familias). En lo que a cinematografía se refiere sólo existe un hombre que haya conseguido aunar ambas tradiciones. Abanderado por un audaz humor, Tim Burton, ha logrado hacer del cine fantástico una deliciosa alegoría con remaches góticos, siendo "La novia cadáver" (T. Burton, 2005) la mayor expresión de este género que recuperamos en estas fechas. La clave está en hacer de los oscuro una dulce melodía, trágica y completamente romántica, heredera de los cuentos de Edgar Allan Poe, unido a una brillante capacidad visual (que caracteriza todo el cine de Burton). El marco de ilustración que muestra la separación entre ambos mundos (el de los vivos y el de los difuntos) es amplio y rico en matices, no siendo necesario aclarar que los vivos son los que realmente se encuentran en la penumbra, en los colores fríos y en unas tradiciones que perviven por unos personajes anclados en la vieja costumbre del honor. El simple hecho de recuperar los valores de la literatura romántica, rociado con la deliciosa subjetividad de la poesía gótica. Lo verdaderamente siniestro es que uno desea pertenecer al mundo de los muertos, bailar un réquiem a ritmo swing y participar de los brillantes comentarios, que se retuercen en un ambiguo humor negro. No duden en volver a esta deliciosa novia de Poe que resucita estos días entre el húmedo tuétano y el crascitar de los cuervos.
La película es también una fina sátira del mejor Disney (de donde Burton fue expulsado), desde ese Pepito Grillo en forma de gusano, a las psicodélicas escenas de canciones que nos recuerdan a los grandes momentos de "Fantasía" (Varios Directores, 1940) o "Dumbo" (Ben Sharpsteen, 1941).
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