viernes, 11 de septiembre de 2020

El cine que me toca (mis películas favoritas)

Llega el momento en que todo amante del cine empieza a consultar listas de las grandes películas de la historia, que normalmente viene acompañado de su propia lista cinéfila. Algunos de los más asiduos a elaborar listas son José Luis Garci y Martin Scorsese, que cada cierto tiempo se reafirman en grandes títulos cambiándolos de orden y añadiendo alguna que otra obra maestra que había caído en el olvido. También Woody Allen, asediado por la curiosidad periodística, ha dejado algunos títulos señalados, también entre sus propias obras –de las que deja claro que considera mucho menores a las grandes obras que cita–. Es curioso, en el caso de Allen y Scorsese se denota claramente su devoción por los maestros europeos, mientras que en el caso de Garci es claro su fervor por el cine canónico americano –que también es verdad, estaba realizado en gran parte por exiliados europeos como Lubitsch, Wilder o Lang–. En una primera impresión diría que estoy más cerca de la lista del cineasta patrio que de las de los americanos, pero lo cierto es que son tres de mis directores favoritos y solo puedo considerar acertadas todas sus elecciones. En el caso de Woody, señala títulos tan ecuménicos como Los 400 golpes (François Truffaut, 1959), El discreto encanto de la burguesía (Luis Buñuel, 1972), Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957) o Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), además de compartir cumbres como Ocho y medio (Federico Fellini, 1963) y Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) con Martin Scorsese, a quien le tira mucho la patria italiana, el neorrealismo de Rossellini –de quien cita Paisà, Europa '51, Alemania año cero o Te querré siempre, entre otras–, la versatilidad de Visconti –a quien admira tanto en su etapa neorrealista con el proletariado enfrentándose a la furia del mar en La terra trema como en su refinamiento alambicado en la insuperable El gatopardo– y por supuesto esa cumbre del cine de mafia que es Salvatore Giuliano (Francesco Rosi, 1962). Todos ellos títulos clave de la historia del cine, indispensables para el avance del mismo y de una calidad cinematográfica indiscutible.


Respecto a mi propia lista aclaro que se trata de "mis películas 
favoritas", no aquellas que considero las mejores de la historia –ahí entrarían probablemente El padrino, Casablanca, Ciudadano Kane, Vértigo, Plácido El apartamento–. Estas de las que escribo son películas que me han acompañado durante mucho tiempo, títulos a los que recurro con frecuencia para calmar mis nervios, para disfrutar de escenas que puedo repetir de memoria o simplemente para dormir con alguien conocido de fondo. Para que se hagan una idea les diré algunos de los títulos que se han quedado fuera después de un estudio minucioso en el que he tratado de no traicionarme a mí mismo en pos de la intelectualidad. Empezando por dos obras sensacionales que sin duda estarían en mi lista de "las mejores películas de la historia", La chica con la maleta (Valerio Zurlini, 1961) La escapada (Dino Risi, 1962), dos títulos imprescindibles que me sorprende no ver en ninguna de las listas de los maestros, puede que dos de las mejores películas de un cine italiano que empezaba a romper con las tragedias de la sociedad que enmarcaba el neorrealismo para introducirse en una etapa fresca y en estos casos mucho más rompedora que los pretenciosos de la nouvelle vague que triunfaban en esos años. Mientras Risi emplea una road movie con un ritmo vertiginoso para hacer un retrato voraz de la sociedad italiana a través de dos personajes contrapuestos, twist y una moraleja sombría, Zurlini nos cuenta una pequeña historia de amor imposible, con una delicadeza y elegancia que pocas veces hemos visto. Lo que quiero que entiendan es que, pese a la enorme admiración que tengo por estas obras, se han quedado fuera de una lista que pretende recoger mis títulos recurrentes, algunos quizás muy trillados, otros no demasiado espectaculares en términos cinematográficos, pero sí historias que me arrastran una y otra vez a sus fascinantes mundos. Los otros títulos que se han quedado en ese término medio de grandes películas que me fascinan son Al servicio de las damas (Gregory LaCava, 1936), La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938), El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), El año pasado en Marienbad (Alain Resnais, 1961), La edad de la inocencia (Martin Scorsese, 1993), La flor de mi secreto (Pedro Almodóvar, 1995), Crueldad Intolerable (Hermanos Coen, 2003), Amor (Michael Haneke, 2012), Las brujas de Zugarramurdi (Álex de la Iglesia, 2013) La casa de Jack (Lars von Trier, 2018), que perfectamente podrían formar otra lista y que, sin embargo, no están en la lista definitiva porque he pensado que algunas de las ideas, género o estilo empleado en ellas ya estaba de alguna u otra manera representado. Así pues les dejo con mi lista.


10. "Mejor... Imposible"

Si hay un género que me encanta consumir 
de forma compulsiva y a cualquier hora del día es la comedia romántica. Se trata de un cine tan liviano, fácil, divertido y a la vez emocionalmente descarnado que se presta como un plato comodín que siempre sienta bien. Es sin duda el género que destaca en esta lista (y eso que me he dejado las de Hugh Grant, Richard Curtis y Jeniffer Aniston fuera), donde creo que hasta se podría hacer un estudio del género a través de su historia, desde Charlot a Last Christmas (Paul Feig, 2019) pasando por las screwball comedies de los años treinta y las románticas de los noventa. Y antes de hablar directamente de la película que nos ocupa diré que tras un breve estudio parece que son los directores más cinéfilos, alimentados del propio celuloide, los que sienten una mayor devoción por el género, véase el propio Woody Allen o el fantástico Peter Bogdanovich que recientemente ha firmado una de las cumbres del género: She's Funny that Way (2014). Mejor... Imposible (James L. Brooks, 1997) es una comedia romántica, pero también una road movie, un drama psicológico y puro slapstick encarnado en el personaje Jack Nicholson, un ser profundamente asocial, maniático y trastornado por el que el actor terminó recibiendo el Oscar, premio que también mereció Helen Hunt, que borda su habitual papel de madre luchadora, multitarea, arrastrada en esta historia completamente loca por lo circunstancial. Greg Kinnear y Cuba Gooding Jr. forman también una de esas parejas imborrables en plena explosión de la comedia homosexual en Hollywood, solo un año antes se había estrenado Una jaula de grillos (Mike Nichols, 1996). Como en las grandes comedias románticas, todo parte de un guión perfectamente estructurado donde todo funciona como la maquinaria de un reloj, elabora una serie de equívocos y situaciones que embarcarán a nuestros protagonistas en una loca aventura donde poco a poco todos esos líos y manías dejarán de importar para dar paso a los personajes. Por eso uno de mis personajes favoritos es el que interpreta el desaparecido Harold Ramis, como el doctor amable del hijo enfermo de Hunt. Aunque desde luego el gran atractivo de la película está en Melvin Udall (Jack Nicholson), ese autor de novela rosa capaz de escribir intensas y emotivas historias de amor, pero incapaz de ceder al formalismo social, lo cierto es que encajaría perfectamente dentro de esta "nueva normalidad" que nos proponen ahora desde el Gobierno. "Tú haces que quiera ser mejor persona", solo entenderán la profundidad de este piropo cuando hayan visto a Melvin correr a comprarse una corbata para no usar la que tienen de repuesto en el restaurante. Es una película que se puede disfrutar bajo cualquier circunstancia.


9. "Ninotchka"

Otra comedia romántica, esta vez elaborada por el genio que supo reconvertir el género. Todas las 
películas de Lubitsch encierran una hermosa historia de amor a veces cubierta por excelentes gags o situaciones brillantes y siempre por un contexto que convierte la trama en algo más que una simple película. Lo cierto es que las películas del maestro alemán podrían formar una lista en sí misma de mis películas favoritas, la cual encabezaría El bazar de las sorpresas (1940), tal vez por ser la única que abandona –no del todo– una crítica política del exilio, para entregarse a una pequeña historia, detallista, sutil y tierna en torno a los personajes que habitan la tienda de la esquina (como se titula en su versión original). Sin embargo, escojo para esta lista Ninotchka (1939) por ser su película más perfecta y cinematográfica –sin contar las mudas que, por necesidad, son más cinematográficas y visuales–, una comedia sofisticada, pero también una mordaz sátira del comunismo protagonizada por la sonrisa de Greta Garbo. La he elegido también por los autores de su guión, basado en un argumento de Melchior Lengyel –autor de las historias sobre las que se construyeron también Ángel (Ernst Lubitsch, 1937) y Ser o no ser (Lubitsch, 1942)– y escrito por dos de los mejores guionistas que jamás hayan existido: Billy Wilder y Charles Brackett, que recibieron su primera nominación conjunta a los premios de la Academia el año que todo fue para la imponente Lo que el viento se llevó. La idea original de Lengyel pasó a la historia como uno de los argumentos más breves y divertidos: "Chica rusa saturada de ideales bolcheviques visita la espantosa, capitalista y monopolista ciudad de París. Encuentra un amor y se lo pasa estupendamente. El capitalismo no está tan mal después de todo". El galán era ya un conocido de la Garbo, el correcto Melvyn Douglas al que Lubitsch convirtió en rey de la comedia antes de la llegada de Cary Grant, y con quien dos años más tarde se despediría del cine en La mujer de las dos caras (George Cukor, 1941). "¡Garbo ríe!" decían los carteles publicitarios que trataban de romper con el encasillamiento de la sueca en papeles dramáticos, ya la habíamos visto reír antes, pero no en una comedia tan explícita y vocacional como esta. Aquí Lubitsch da un paso más, trasciende el guión y le da su famoso "toque" a la película, envolviéndola de glamour y sofisticación, perfectamente trabajada desde el concepto visual, Ninotchka avanza en su incursión al capitalismo de la misma manera que lo hace la película, su ropa, su forma de hablar, etc. Antes de acabar, quiero destacar a Felix Bressart, ese secundario de lujo con un toque a lo Groucho Marx que aquí está insuperable como uno de esos tres comulistillos que siguen a Ninotchka.


8. "La gata sobre el tejado de zinc"

La exageración interpretativa –puro melodrama–, el color vibrante, los esquemas familiares, las mujeres desesperadas y el exquisito don de la ambigüedad que habita en el Hollywood clásico son los principales ingredientes de La gata sobre el tejado de zinc (Richard Brooks, 1958), basada en la magnífica obra de Tennessee Williams, el maestro de la locura y de la descomposición de los lazos familiares a través del drama puro. No de la tragedia, del drama. No es lo que cuenta (la historia de un hombre enfermo en su último cumpleaños), sino el cómo lo cuenta, el enfrentamiento entre cuñadas, el dolor de la madre y heridas abiertas entre padre e hijo. Rodada además en puro color, en el azul de los ojos de Paul Newman y en el violeta de los de Elizabeth Taylor, en el blanco puro de Maggie la gata y en el amarillo irritante de una cuñada que pare como una coneja. En mitad de todos ellos destaca la figura de un Burl Ives inmenso, huraño y tierno, fantásticamente doblado por José María Ovies. Ives recibiría ese año el Oscar al Mejor Actor de Reparto por su papel en Horizontes de grandeza (William Wyler, 1958), el film de Brooks, sin embargo, se fue de vacío en el gran año de Gigi (Vicente Minnelli, 1958), pero de los musicales hablaré en la próxima película. La gata sobre el tejado de zinc formaba parte de una colección de cine clásico que hizo mi abuelo en DVD, con él la vería por primera vez y por eso le veo siempre en la figura de Burl Ives, enfrentado al dolor con una carcajada, negándose a tomar la morfina. "El dolor es mío", recuerdo que dice el personaje en el sótano. Los escenarios es otro de los elementos teatrales bien afianzados, el piso de arriba, el salón y el sótano, como tres elementos del alma, cada uno adecuado para hablar de una cosa u otra. "Aquí nadie va a hablar de la muerte del abuelo", dice la abuela en el salón. En eso Richard Brooks –que volvería a adaptar a Williams en Dulce pájaro de juventud (1962)– hace un estudio preciso de las localizaciones y, pese a mantener todo el sentido teatral, rueda de una forma completamente fluida y expresiva, es puro cine. Liz Taylor está inmensa en el que es el papel de su vida, una mujer destrozada por la envidia y las apariencias ("Maggie la gata existe aún, vivo todavía, ¿por qué le tienes tanto miedo a la verdad?), un personaje que empieza rabioso como una gata en celo y termina ronroneando a los pies de la cama de Paul Newman. Como clásico, como historia, como estudio, como cine, como interpretación, como actores, como dirección, como adaptación, como original, creo que La gata sobre el tejado de zinc es una de las películas más completas de la historia.


7. "Chicago"

Uno de los aspectos más fascinantes del cine es su función como espectáculo. Muchas veces, a la hora de hablar de cine, de estudiarlo y analizarlo, se nos olvida que estamos hablando de un espectáculo de masas, puro ocio y entretenimiento. El cine no es el lugar para hacer un ensayo propio sobre tus ideas, si puedes hacerlo dentro de la historia, de la diversión y del juego, bien, adelante. El musical es el género que está más cerca de esta función, no hay nada como dejarse llevar por la música y sumergirse en una historia completamente naíf e idílica. Puede que este no sea el momento de defender Cats (Tom Hooper, 2019), un musical excelentemente filmado en el que quedas atrapado desde el primer show, pero lo cierto es que es un género que entusiasma, muchos se han alzado con el Oscar a la Mejor Película, desde La melodía de Broadway (Harry Beaumont, 1929) ha habido grandes títulos, muchos de ellos entre mis favoritos como West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961) o My Fair Lady (George Cukor, 1964). Sin embargo, desde la excelente Oliver! (Carol Reed, 1968) se abre una larga etapa en la que ningún musical parece merecedor de este premio, si bien es verdad que Cabaret (Bob Fosse, 1972) arrasa con ocho premios de la Academia es incomprensible que All That Jazz (Bob Fosse, 1979) no lograra la estatuilla, Annie (John Huston, 1982) ni siquiera es nominada y la divertidísima Todos dicen I love you (Woody Allen, 1996) es ignorada por completo. Claro que Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952) tampoco fue nominada a la Mejor Película, quizás creyendo que el que es probablemente el mejor musical de la historia era un pobre intento de aprovechar el éxito de la última ganadora del Oscar, Un americano en París (Vicente Minnelli, 1951). El caso es que esa sequía, ese olvido del musical, se rompe con Chicago (Rob Marshall, 2002), que gana seis Oscars incluyendo el de Mejor Película, en mi opinión, completamente merecido aunque hoy muchos se lo achaquen a los hilos de Harvey Weinstein. La obra llevaba años en Broadway, su montaje fue incluso inspiración para el guión de All That Jazz, aquí convertida en la obertura de esta obra monumental, perfectamente cantada por sus actores originales –Oscar para Catherine Zeta-Jones–, Rob Marshall hace un despliegue ejemplar sobre cómo filmar un musical, rompe los tiempos dramáticos, filma al ritmo de la música y divierte con una puesta en escena absolutamente teatral. La primera vez que vemos esa calle del Chicago de los años treinta parece pintada, está pintada, el número con la marionetas y "el tango de la cárcel" son dos escenas brillantes, en concepción, en música y en puesta en escena. Tuve la oportunidad de ver la obra en Broadway, hace unos años, y fue una experiencia única, es exactamente lo que transmite la película, esos pañuelos rojos simulando la sangre, esas metralletas que irrumpen en los violentos años treinta. Sensacional. Todo un espectáculo que puedo ver una y otra vez.


6. "Historias de Filadelfia"

No es exactamente una
screwball comedy al uso, como Sucedió una noche (Frank Capra, 1934), La fiera de mi niña o Un marido rico (Preston Sturges, 1942), pero desde luego está dotada de ese humor  del sofisticado de lo absurdo, ambientada en la alta sociedad y un remariage en toda regla. Tiene los ingredientes, pero –salvo en la primera escena– olvida el slapstick habitual, no centra la acción en la guerra de sexos –como era común– y la convierte en una peculiar sátira de clases. Un papel escrito para Katharine Hepburn, que había sido calificada de "veneno para la taquilla" después de La fiera de mi niña, y que tras este pequeño regalo del dramaturgo Philip Barry recuperó su estrella y jamás volvió a soltarla. La grandeza de Historias de Filadelfia (George Cukor, 1940) viene del profundo drama que se crea alrededor de este mundo de glamour y frivolidad, donde va a parar el personaje de un escritor metido a cronista que tiene la mala suerte de enamorarse de la chica que pretendía "destapar". Todo siempre en un tono de comedia que levanta el artificio y lo hace funcionar con total perfección. James Stewart era ese corresponsal de la Revista Espía que terminó alzándose con el Oscar al Mejor Actor. El guión también fue galardonado con el Oscar, una historia absolutamente revolucionaria donde un fuera de plano y una elipsis magistral nos impiden averiguar qué ha ocurrido en un momento clave del film. Una película rodeada de champán, de cristalería fina, batas de seda y cubertería de plata, una película llena de extravagancias que no caen en saco roto porque componen una crítica mordaz hacia todo un cuadro de la sociedad, desde los ricos a los que se quieren aprovechar de ellos, empezando por el novio de la protagonista –en esa magnífica escena donde ella le tira al suelo para ensuciarle el traje de montar y él solo quiere ver si salen en la revista–. Solo Vivir para gozar (George Cukor, 1938), también con Cary Grant y Katharine Hepburn, puede acercársele a nivel de atmósfera y estilo, puede que incluso sea más divertida e irónica con la clase alta –cuenta con el personaje de hermano de la novia que es un joven alcohólico sin mayor ocupación–, sobre todo por el punto de vista de Edward Everett Horton y su mujer, perdidos en la mansión de la novia de su mejor amigo. Desde luego encaja mejor dentro de la definición de screwball comedy, pero pierde el halo de nostalgia y tristeza que convierte la comedia de Historias de Filadelfia en una obra exquisita. El remake con Grace Kelly y las magníficas canciones de Louis Armstrong, Alta Sociedad (Charles Walters, 1956) es cuanto menos disfrutable e incluso original en algunos aspectos, empezando por el color, pero no llega a la liviandad de la que nos ocupa. Me despido con un diálogo genial de este guión ganador del Oscar:
—Querida, ese vestido te hace un bulto.
—No, el bulto es mío. 


5. "La escopeta nacional"

La cumbre berlanguiana de la hipocresía nacional, la picaresca española y el savoir faire –que le dice Cerrillo al señor Canivell–. No es casualidad que sea la única película patria de la lista. Estrenada el mismo año que la Constitución de nuestra actual democracia, supone una perfecta declaración de intenciones y metáfora mordaz de lo que España dejaba atrás para sumergirse en la era de un liberalismo plagado de prohibiciones. Insisto en que probablemente no es la mejor película de Berlanga, quedan lejos la impecable técnica de Plácido (Luis Gª Berlanga, 1961) y la acerba negrura de El Verdugo (1963). Sin embargo, la esencia de su director –y por supuesto de su co-guionista, Don Rafael Azcona– resulta aquí más depurada, ágil, menos estudiada, más natural. Aquellos planos secuencia en los que los grandes nombres de la escena española tenían que saltar disimuladamente las vías del travelling, se desarrollan ahora con una exquisita espontaneidad. Berlanga ejecuta un fresco histórico impoluto, cargado de sátira social, pero esto es secundario, un bien que, como todo clásico, ha ido alimentándose con el tiempo. En ningún momento la crítica y el retrato de la época supera a la trama, una historia de perdedores, de mediocres y venidos a menos que tratan de trepar en el tan peculiar escalafón hispánico. Para ello, Berlanga y Azcona escogen una serie de personajes que recogen perfectamente a la sociedad española, desde el empresario catalán con amante incluida –"¿Qué? ¿Se puede pasar?", es la gran frase de Mónica Randall– hasta el ya mítico señor marqués. Los Leguineche son ya parte indispensable de nuestra historia, y no solo de la cinematográfica. Luis Escobar, mímesis de su personaje, eleva la comedia más allá de la pantalla. No he contado el número de veces que he visto La escopeta nacional (Luis Gª Berlanga, 1978), pero siempre descubro un guiño, una frase, un detalle nuevo que la reafirma como una obra perfecta, un pequeño tesoro que nada tiene que envidiar a los clásicos americanos. "Lo que he unido yo en la Tierra, no lo separa ni Dios en el Cielo", clama el padre Calvo –un desbordante Agustín González– en la que es ya una de las grandes frases de la historia del cine. Coincido con José Luis Garci en que si Berlanga no ha triunfado en el extranjero es porque aún no se ha inventado la forma de subtitular sus películas de forma efectiva. Y es que no solo hay que saber español para entender a Berlanga en su plenitud, hay que serlo. 


4. "Misterioso asesinato en Manhattan"

Hoy en día parece un atrevimiento introducir el nombre de Woody Allen en cualquier lista. Columnistas, humoristas, periodistas, artistas y toda clase de "-istas", aprovechan su nombre para denunciar en la era de lo políticamente correcto. El bueno de Woody no se merece estar aquí, ya ha demostrado –juez mediante– que no es culpable de los hechos que le acusan, pero todo eso parece dar igual. Y casi que mejor. Yo estoy escogiendo mis películas favoritas y me da absolutamente igual si el director ha violado a una niña negra con síndrome de down –si es que eso existe–. De hecho, tener un pasado oscuro y denunciable parece un requisito para ser hoy un buen director o actor de renombre. Claro que rechazo esa conducta, pero soy lo suficientemente cínico como para disfrutar de su obra al margen de la hipocresía que se ha generado alrededor de todos estos nombres. A Harvey Weinstein le debemos el cine de Tarantino, ahora ha sido condenado, bien por la justicia –en este caso–, pero eso no anula la primera parte de la frase. Céline Sciamma y Adèle Haenel abandonaron la ceremonia de los Premios César al revelarse el nombre de Roman Polanski como merecedor del premio al Mejor Director. "¿Por qué Polanski aún tiene una carrera?", se preguntaban algunos erróneamente. No se trata de señalar y hundir –el caso de Kevin Spacey es una auténtica vergüenza–, sino de que la justicia actúe sin el voto popular y el apoyo de la prensa amarillista. En el caso de Polanski, ¿se premiaba al director con la mejor conducta o al mejor director por una película concreta? No estamos muy lejos de la primera opción ahora que la Academia de Hollywood a impuesto sus términos de diversidad, reglas de moral y conducta. Pero todo esto ya me suena, de hecho hablé de ello en mi artículo Alguien violó sobre el nido del cuco, del año 2017. Quien quiera saber algo más de Woody que lea sus fantásticas memorias: A propósito de nada (a.k.a. ¡Qué te den, Mia!).

Woody Allen y Harvey Weinstein

En fin, siento la pequeña interrupción. Misterioso asesinato en Manhattan (Woody Allen, 1993) es, en mi opinión, la gran obra de Woody Allen, una comedia negra de enredo que de desarrolla, en el fondo, como una tierna reflexión sobre el matrimonio. ¿Qué hay mejor que un crimen a pie de incineradora para que una pareja recupere el "fuego" inicial? La selección musical de Allen, como siempre exquisita, aquí es más animada y funciona perfectamente como un elemento de ritmo y dinamismo a una historia frenética. Si alguien se atreve a mencionar a Woody para bien suele ser para encumbrar Annie Hall (Allen, 1977), la comedia romántica que reinventó el género, uno de los alicientes de la que nos ocupa es descubrir como la química entre el propio Allen y Diane Keaton sigue intacta años despeñes. A día de hoy, ella sigue siendo de las pocas amigas que le defienden contra viento y marea. Creo que disfruto más del cine de Allen cuando es él mismo quien se interpreta en lugar de escoger un alter ego hollywoodiense, pero una cinta con su firma siempre me encandila y me sumerge en esa exquisita nostalgia, de cuando el cine era cine, un lugar para evadirnos y soñar, y no para criticar y denunciar. Alan Alda resulta en la película un perfecto antagonista, motor interno de una historia desternillante y llena de divertidísimas situaciones cómicas –como dirían en algún anuncio promocional–. El entramado final, con Anjelica Huston en busca de una delirante, novelesca y rebuscada resolución a la historia es simplemente genial, como la escena en el antiguo cine y los espejos, homenaje directo a La dama de Shanghái (Orson Welles, 1947), una vez más la nostalgia cinematográfica del director neoyorkino. "Claustrofobia y un cadáver, el colmo de un neurótico", espeta el bueno de Larry Lipton (Woody Allen) al encontrarse con el cuerpo sin vida de su vecina en mitad de un ascensor. Disfruten, déjense llevar por una comedia de situación, de frases ingeniosas y de tramas imposibles, y después de todo puede que se reconcilien con el cine... y a lo mejor con el propio Allen. 


3. "Con la muerte en los talones"

Sir Alfred Hitchcock, un nombre que hoy levantaría las faldas del #MeToo y probablemente el mejor director de la historia. Con North by Northwest (Alfred Hitchcock, 1959) consigue la que es su obra más perfecta, un colmo de lo hithcockiano. Un falso culpable que además es Cary Grant, una rubia que además es femme fatale, espías, crímenes, una madre acaparadora, suspense y mucho sentido del humor, Con la muerte en los talones es la película más Hitchcock de su director, desde los inconfundibles títulos de crédito de Saul Bass a la brillante partitura de Bernard Herrmann, todo en ella destila cine y estilo. Junto con Los Pájaros (Hitchcock, 1963) conforma la cúspide de la época dorada de su director, quien fuera la primera gran estrella de su oficio. En un primer momento iba a llamarse El hombre en la nariz de Lincoln, en referencia a la famosa escena del Monte Rushmore, pero terminó siendo mucho más que eso y con un título aún más surrealista. Aunque, siendo claros, si es una de mis películas favoritas es por su lectura como comedia romántica, una sofisticada humorada romántica con asesinatos en las Naciones Unidas y nervios a flor de piel. Eva Marie Saint y Cary Grant forman una de las grandes parejas de la historia del cine, un tira y afloja constante al nivel de las antigua screwball que de la mano de Hitchcock trasciende "la fórmula", para fundirse en aquel inolvidable plano del tren entrando en el túnel. The End. Uno de los grandes finales de la historia. No es que comparta la teoría de que una película es mejor conforme a su final, pero lo cierto es que el Top 3 de esta lista coincide con algunos de los mejores finales que he visto en el cine. Por si aún les queda duda sobre esta, les diré que James Mason es un villano a lo James Bond que busca ese algo que a nadie le importa pero que mueve toda la película. Lo que Hithcock bautizó como macguffin. Cuentan que el propio Grant no tenía idea de hacia donde iba la película, con los años hemos entendido todos que lo que de verdad importaba es cómo iba. "En el mundo de la publicidad no existe la mentira, si acaso se le llama exageración" dice el personaje de Cary Grant en la película, una perfecta definición de lo que es el cine de Hitchcock, donde se acaricia la plasticidad del plano. ¡Estamos viendo una película, no la aburrida y vulgar vida real de un señor que come acelgas!


2. "El graduado"

"¡Elaine, Elaine!".
Escuchar ese nombre de la voz de Dustin Hoffman –¡vaya, otro #MeToo!– es volver a sentir la emoción. Una de las historias de amor mejor contadas con menos palabras. Muchos se quedan en la primera parte, esa fábula tremendista sobre la destrucción de la moral de la clase media en los Estados Unidos de los años sesenta, una trama incómoda y voyeurística que funciona gracias al portento interpretativo de Anne Bancroft y la elegancia audiovisual –a veces seca y sobria como un martini– de un director brillante que terminó alzándose con el Oscar por este trabajo –ni demasiado realista, ni demasiado lírico–. Pero El graduado (Mike Nichols, 1967) es además una historia de amor contada desde el silencio, desde la impotencia y las desavenencias de dos personajes, dos jóvenes que son víctimas de su casa con piscina. Dustin Hoffman y Katharine Ross nunca estuvieron mejor. La inmejorable banda sonora de Simon y Garfunkel hizo pasar a la señora Robinson (Bancroft) a la eternidad, pero lo cierto es que la película crea, uno tras otro, planos, fragmentos y escenas imborrables, iconos de nuestra cultura. Es una película visualmente apabullante, no sobra ni falta nada, es un metraje exquisito y extraño. Piscinas, buzos, peceras, montajes, juegos de cámara, Nichols arriesga, juega y gana. El graduado tiene el maravilloso don de hacernos sentir culpables, aunque no sepamos muy bien de qué. Una oda al amor de juventud, a la esperanza y a todo aquello que no podemos explicar. El film destila en todo momento un rastro de humor ácido, como si se tratara de esos antiguos clásicos que perfumaban los dramas más ambiguos con diálogos ingeniosos, aquí son las propias situaciones las que nos despiertan una sonrisa, a veces sin necesidad de mediar palabra –The sound of silence– o con un maternal: "Ven aquí, Benjamin, no te lo voy a repetir". Es como si el cine, la idea, la forma de hacerlo, cambiara a partir de esta película. 


1. "Desayuno con diamantes"

Me gusta tanto que he decidido volver a verla antes de ponerme a escribir. Vi Desayuno con diamantes (Blake Edwards, 1961) por primera vez con once años, supongo que entonces no me enteraría de nada pero quedé cautivado por la estética, por lo infantil de Mr. Yunioshi (Mickey Rooney) y por la indulgente belleza de Audrey, a quien descubrí entonces y a quien veo todos los meses un par de veces por necesidad. Ver a Audrey Hepburn en pantalla me tranquiliza, me da seguridad, es como volver a Tiffany's, nada malo puede pasar. Por aquel entonces leí también la novela de Truman Capote, algo que no debí hacer, porque para mi 
Holly Golightly es Audrey y no esa fresca de la novela. Lo mejor del cine clásico, del Hollywood dorado, es esa capacidad asombrosa para dotar de una sofisticada ambigüedad a sus tramas. Algo que Edwards aprovecha para convertir la obra de Capote en un cuento, en la mejor comedia romántica de la historia. Recuerdo que cuando la vi por primera vez, lloré. Desde entonces, cada vez que me preguntan por mi película favorita digo Desayuno con diamantes, un icono, una historia neoyorkina con unos personajes insuperables –eso sí se le debe al señor Capote–, desde la decoradora (lo que le costó a ese pobre niño de once años entender el personaje de Patricia Neal) al verborreico Martin Balsman, el genial agente de Hollywood. Es una película elegante, de esas que ya no se hacen, señores con esmoquin, la Quinta Avenida vacía y divertidas escenas en la cárcel de Sing-Sing. Blake Edwards, el rey de la comedia visual, del gag y de las fiestas, compone una película adulta –con sus momentos Edwards, como el sombrero en llamas apagado con la copa–, un drama tamizado por una gasa fina de Givenchy. José Luis de Vilallonga interpreta aquí a un galán brasileño, otro de los momentos delirantes a lo Edwards. Toda la felicidad de Holly resina un hálito tristeza, ese el sentimiento de la película. Se trata de una cinta que puedes ver para reír –o sonreír, mejor dicho– o para llorar, para alegrarte o para compadecerte. Lo mejor del film es cómo se convierte en un reflejo perfectamente nítido del alma de su protagonista, un personaje tierno, pero salvaje, un personaje que no sabe lo que quiere. Holly Golightly –por Audrey Hepburn– es la mejor personalidad cinematográfica de la historia. En fin, este es mi número uno y sé que es el único que no cambiará con el tiempo de esta lista. Disfrútenla. 

Vilallonga, Audrey y Blake Edwards

6 comentarios:

  1. Me gusta mucho tu gusto peliculero, y eso que aún no he acabado de leer tu post. Buenas noches.

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  2. Tengo muchas ganas de ver el Gatopardo. No sé porqué me parece que me gustará mucho.

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  3. El trailer del Gatopardo me encanta ❤ qué bonito. Tienes buen gusto para las pelis.

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  4. Hola angelito <3, qué buenas estas pelis que te gustan. Recuerdo que la primera vez que ví El Graduado me identifiqué mucho con Elaine.

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  5. Dónde está con faldas y a lo loco??

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