domingo, 12 de abril de 2020

Retazos de la infancia

Llevo varios días tratando de elaborar una lista de recomendaciones, más que nada para poner en orden mis ideas, señalar mis películas favoritas (a día de hoy) y tratar de hacer la cuarentena más llevadera a todos aquellos que se estrujan la cabeza en busca de títulos por el inabarcable catálogo de Netflix. Así, aprovechando el confinamiento y antes de que la falta de ideas empiece a romper familias, me he decidido a hacer tres listas recomendando desde mi humilde hogar las que son mis películas preferidas, reñidas muchas de ellas con las grandes obras maestras del cine ya que lo que aquí pretendo es recordar aquellos films que han significado algo o que han dejado huella en mí, cintas que recuerdo asiduamente con una sonrisa. Las que traigo hoy de manera especial, porque se tratan de aquellas películas de mi infancia que me fascinaron cuando no valorábamos las interpretaciones, ni los efectos especiales, ni la trama en sí misma. Esto no significa que sean malas películas. Yo las sigo revistando cada cierto tiempo y me mantienen enganchado de principio a fin, aunque, en algunas de ellas, ahora sea capaz de ver el truco o las nuevas tecnologías hayan dejado anticuados sus recursos cinematográficos. Entonces, tal vez sea la nostalgia lo que me impida cambiar de canal. Pero uno de los principales alicientes de esta lista es descubrir una serie de películas que yo disfruté entre mis cero y doce años, películas que un adulto puede disfrutar igual e incluso más que sus propios hijos, ya que muchas de ellas esconden comentarios, gestos o frases que los más pequeños, enfrascados en la trama, dejan de lado y que suponen un deleite para los ojos adultos. Sin más explicaciones, dejo aquí la lista.

Cinema Paradiso

10. Robin Hood, príncipe de los ladrones

En el momento más álgido de la carrera de Kevin Costner, justo entre Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990) y El guardaespaldas (Mick Jackson, 1992), el actor californiano seguía confiando en sí mismo para sus primeras producciones (avalado por nombres de la talla de James G. Robinson, al frente de grandes títulos de los noventa) y se adentró en este remake que parecía tener poco que aportar después de la mítica cinta de Errol Flynn y la excelente adaptación de Disney, aunque la animación prefiero dejarla para el final. Robin Hood, príncipe de los ladrones (Kevin Reynolds, 1991) es una película clásica de aventuras, llena de acción y comedia, respaldada por intérpretes de gran calibre como Morgan Freeman, Christian Slater o el insuperable Alan Rickman, en el papel de un villano absolutamente maniqueo, con una interpretación excelentemente sobreactuada. Les puedo asegurar que hay escenas realmente truculentas que yo recordaba como de lucha o humor, ya que deben medirlas con los ojos de un niño. Es entonces cuando encontrarán estas recomendaciones fascinantes. Una de las labores más complicadas en una comedia (porque el film, si es preciso análisis, es una comedia) es hallar el tono, y la película presume en todo momento de un control absoluto de ello. Un tono que está entre el cuento de hadas y los dramas de honor de capa y espada, con una puesta en escena absolutamente coherente, desde los primeros planos abiertos para deformar a los malos hasta la forma de filmar las batallas y todo ese elemento tan artesano que hay en la construcción del campamento del bosque de Sherwood. Los rostros de actores como Nick Brimble, Soo Drouet o Michael McShane, a los que no he vuelto a ver en otra película, son ya parte de mi imaginario, de los retazos de mi infancia. El espíritu de este Robin Hood está en otros films que le seguirían, como La máscara del zorro (Martin Campbell, 1998) o El hombre de la máscara de hierro (Randall Wallace, 1998), ambos con una mayor ambición de producción y estilo, igualmente recomendables. Pero la estela del príncipe de los ladrones se siguió principalmente en televisión, ClanTV rescató en mi infancia algunas de las series a las que me enganché como Hércules: Sus viajes legendarios (Christian Williams, 1995), Xena, la princesa guerrera (Ron Schulian, Rob Tapert, R.J. Stewart y Sam Raimi, 1995) o Merlín (Steve Barron, 1998). En la película hay una bruja con un nombre parecido a Morgana que es la gran novedad en la historia de Robin de Locksley. Como respuesta y parodia de todo ello, en especial de los films de la Edad Media, nació la saga de Los visitantes (Jean-Marie Poiré, 1993), muy divertida, aunque, sin embargo, alejada del tono de la película que nos ocupa.

Alan Rickman y Mary Elizabeth Mastrantonio seguidos de la falsa Morgana

9. Marcelino, pan y vino

Me eduqué en un colegio religioso. Uno de los momentos que recordaré siempre tuvo lugar en cuarto de primaria, cuando mi abuela me compró el dvd de Molokai, la isla maldita (Luis Lucía, 1959), lo llevé al colegio y dedicamos una tarde, para sorpresa de todos, a ver la película. Fue una experiencia única. Sin embargo, al pensar en la película no recordaba apenas un fotograma, no me había dejado demasiado marcado. Al hacer memoria se me venían a la cabeza imágenes de Fray Escoba (Ramón Torrado, 1961), que había traído un compañero tras el éxito de la primera. No he tenido ocasión de recuperarla, pero creo que el impacto venía de que el protagonista era negro, lo que debió de llamar la atención en la época y, por lo tanto, también en la profesora y sus alumnos. Todas estas películas, "de interés nacional" como rezaban en la época, tienen un increíble valor histórico y cinematográfico, los grandes directores de la época se peleaban por dirigir las vidas ejemplares de los grandes santos de España. Películas como Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1951), Sor intrépida (Rafael Gil, 1952) Teresa de Jesús (Juan de Orduña, 1961) son algunos ejemplos igualmente disfrutables. Pero dentro del cine religioso de la época hay una cumbre, que probablemente también me regaló mi abuela, Marcelino, pan y vino (Ladislao Vajda, 1954) es de una bondad, un delicadeza y una Fe también (¿por qué no decirlo?) enternecedoras. Pablito Calvo como un pobre huérfano que acaba de perder a su madre (inicio recurrente en Disney) y que es acogido por un grupo de frailes en una España terriblemente pobre. Las imágenes del Cristo –casi expresionistas–, del miedo del niño –en un tono neorrealista, como todo el film– y la Virgen como madre redentora, son de una potencia visual inolvidable. De las películas que hoy recomiendo es probablemente la más complicada, pero sin duda la mejor, Vajda en estado de gracia y un mensaje humanista que parece haber desaparecido del cine. La voz de Fernando Rey nos introduce en esta fábula que encuentra la luz en mitad de una España negra, interpretada por los grandes actores de la época, de Antonio Vico a Rafael Rivelles. Aunque para mí quedará siempre el bondadoso rostro de Fray Papilla, el preferido del chico, un excelente y cómico Juan Calvo.

Fray Papilla y Marcelino

8. El retorno de las brujas

Ahora que me entero de que la plataforma Disney+ prepara la secuela de este mítico film, es imprescindible introducirlo dentro de esta lista donde, como comprobarán, no serán las únicas brujas. Creo que la magia es uno de los elementos que más impresionan a los niños, recuerdo esperar como agua de mayo la programación de ClanTV y Disney Channel preparaban para Halloween, desde la película de Los magos de Waverly Place (2009) al especial de House of Mouse (2001-03), El club de los villanos (Jamie Mitchell, 2001). Lo cierto es que la saga completa de Harry Potter (2001-2011) tendría que ocupar este lugar, pero El retorno de las brujas (Kenny Ortega, 1993) tiene ese aire de subproducto Disney venido a más que la hace especial. El director sorprendería y marcaría para siempre a mi generación con High School Musical (2006-08) años después, este es un film extraño en su filmografía, el segundo después de un musical que dirigió también para Disney con Christian Bale. Un película por y para Halloween, una comedia de conjuros, muertos vivientes y amores adolescentes, que te cautiva por su look trasnochado de telarañas y calderos humeantes y por sus tres magníficas protagonistas. Una Sarah Jessica Parker pre-sex-in-new-york, una Kathy Najimy condenada a ser recordada siempre por esta interpretación y una Bette Midler superior, reina y poderosa jefa de este trío demencial que en su momento me llegó a causar auténtico temor. El resurgir de estas brujas de la Edad Media en el Salem de principios de los noventa es una acontecimiento que todo infanta debería vivir con expectación, miedo y risas.


Sigue el ritmo de aventura de hechiceras que Anjelica Huston abrió con La maldición de las brujas (Nicolas Roeg, 1990) entre demencial, cutre, infantil y espeluznantemente tétrico, una combinación explosiva que el film de Disney dulcifica un poco. Películas tan demenciales como Un ratoncito duro de roer (Gore Verbinski, 1997), donde un ratón echaba a dos hombres de la mansión de su padre, dirigida por el hombre que tomaría las riendas de otra de las sagas de mi infancia, Piratas del Caribe (2003-07). Aunque el mayor producto que salió tras combinarse brujería y adolescencia, y que me acompañaría en toda mi infancia después de que Disney Channel la recuperase, fue Sabrina, cosas de brujas (Nell Scovell, 1996-2003) con el genial gato Salem, cínico, irónico y lenguaraz, este gato disecado que movía la boca ha sido uno de los grandes inventos de la televisión –muchos le reconoceréis por el meme del gato negro que se lima las uñas–. Y, aunque sus características de producción estén más cerca de Robin Hood, príncipe de los ladrones, otra de las grandes series que ocupó mi preadolescencia fue Embrujadas (Constance M. Burge, 1998-2006), Alyssa Milano enamoró a varias generaciones de jóvenes brujos y Piper (Holly Marie Combs) nos enseñó a resolver nuestros problemas, demonios y brujas se enfrentaban en esta serie que siempre viene bien recuperar. A mi abuela no le debía gustar demasiado y me regaló la primera temporada de Embrujada (Sol Saks, 1964) que recuerdo ver compasivamente una y otra vez, altamente recomendable para niños obsesionadas con la magia, una sitcom que los mayores disfrutareis como una comedia sobre problemas de pareja mientras los pequeños amarán a Endora (Agnes Moorehead).

Phoebe, Piper y Paige

7. La brújula dorada

Creo que es, hasta la fecha, la última película que mi bisabuela ha visto en el cine. Fuimos varios primos a ver La brújula dora (Chris Weitz, 2007) en el cine Capitol de Bilbao, el acontecimiento la convirtió en una de las películas de mi infancia. La joven Lyra Belacqua vive en un mundo de fantasía que nunca más se ha visto: osos polares que son los reyes del hielo, brujas que cambian con el viento, gipsios, dimons que son el alma animificada de las personas y, sobre todo, ricos poderosos que controlan el mundo, con Christopher Lee, Derek Jacobi y Nicole Kidman a la cabeza. "¿Por qué todas las guapas son malas?", recuerdo que pregunté a la salida de la película, lo que no recuerdo es la respuesta de mi bisabuela. Lo que sé es que tardé mucho en entender que los que decían que estudiaban "magisterio" no planeaban dominar el mundo, ya que "el Magisterio" era el gobierno malvado que gobernaba en este mundo imaginario y que trataba de ocultar la existencia del polvo. Creo que se trata de una de las películas, junto con la saga de Las crónicas de Narnia (2005-2010), que reúne una mayor cantidad de personajes y creación de mundo alternativo. Es un derroche imaginativo, zepelines voladores, leyendas inventadas, personajes por doquier y, en medio de todo, una brújula que responde lo que realmente quieres (casi como esa de Piratas del Caribe que solo señalaba el sitio al que realmente querías ir). El director se puso también al frente de la segunda película de la saga Crepúsculo (2008-2012), que a mí nunca me entusiasmó pero que engancha mucho a partir de los diez o doce años, claro que ahora todo eso de las edades parece que se ha adelantado. La brújula dorada nació para convertirse en una saga, pero no debió de tener el éxito esperado, el mundo que imagina tiene tanta fuerza que se ha recuperado en la serie La materia oscura (Jack Thorne, 2019), que no he visto, pero al parecer ha obtenido buenas críticas. No deja de ser maravilloso recorrer todos estos pequeños engranajes que me han formado, que son parte de mí y que, después de años revisitándolos, ya casi vivo como una religión, como algo real en lo que creer. En todas ellas hay algo del Dios creador, ya que nos introducen en un cosmos completamente nuevo, mágico, situado en un espacio atemporal. En Narnia incluso contamos con la resurrección de Aslan, uno de los momentos que más han marcado mi infancia, porque en un mundo rodeado de ficción, la muerte de unos de tus héroes te afecta profundamente. Entrar en nuevos universos es uno de los retos más emocionantes de la infancia, creer que las leyendas que impregnan estas cintas son reales, que han existido y que son el origen de nuestro mundo, crea la sensación de vivir un lugar fantástico que poco a poco se irá apagando, pero que es sensacional mientras dura. Yo creí durante años que mi abuela había sido profesora en Hogwarts. La brújula dorada se estrenó en uno de los años dorados del cine de mi infancia, en el año de Eragon (Stefen Fangmeier, 2006), "Mi monstruo y yo" (Jay Russell, 2007), Mimzy, más allá de la imaginación (Robert Shaye, 2007) y "Mr. Magorium y su tienda mágica" (Zach Helm, 2007), esta última la que recuerdo con más lucidez de todas ellas. Ahora, encerrados en nuestras casas, es el momento perfecto para enseñarles a los pequeños que ahí fuera hay muchísimas cosas esperándonos, pero también que algunas solo hay que buscarlas en el fondo del armario.


6. Peter Pan, la gran aventura

"Yo creo, sí creo, yo creo en las hadas". Es el momento clave del film, solo por ver cómo el niño de la casa va a empezar a recitar esa frase para salvar a Campanilla merece la pena. Me recuerdo a mí, levantándome del sofá de Gijón y gritando la frase mientras me acercaba lentamente a la pantalla, a punto de llorar pero lleno de esperanza. P.J. Hogan, que había triunfado años antes con La boda de mi mejor amigo (1997), retoma la historia de J.M. Barrie para componer una película única, completamente distinta a todas las adaptaciones anteriores de la mítica historia del niño que no crecía. Tal vez más en la línea de humor y nostalgia que proponía Hook (Steven Spielberg, 1991), pero mientras Spielberg trataba el tema desde la perspectiva del adulto, en un tono mucho más real, aunque sin olvidar que es una película de aventuras, lo cierto es que Hogan ofrece un auténtico mundo de fantasía, dominado por los niños y por la Wendy más dulce que ha habido en el cine. Una bellísima Rachel Hurd-Wood que, años más tarde, terminaría protagonizando la película inacabada de Bigas Luna, Segundo origen (terminada por Carles Porta en 2015), y que los piratas raptaban –cuidado con mirar estas escenas con ojos perversos– para que les contase sus fantásticas historias. En un terreno que conocemos todos, Peter Pan, la gran aventura (2003) crea un mundo de cero, con los mismos elementos, pero totalmente distinto, incluso el Peter protagonista es más astuto y pícaro del que tenemos acostumbrado. Manipula y, en un momento, llega a convertirse en el malo de la película, inspirado por el odio. Es sensacional. Ese Peter Pan que no puede soportar que Wendy quiera marcharse. "Cuanto más pensaba en mi madre, menos la recordaba" dice la protagonista, en off, mientras sus hermanos se divierten con los niños perdidos. Todo ello sin pausar un momento el ritmo de aventura constante, el reloj, Garfio, Smith, el cocodrilo y todos esos elementos que buscamos ansiosos en todas las adaptaciones de algo que conocemos de sobra.


5. La princesa prometida

Es una de las cumbres de la infancia de tres o cuatro generaciones, siento no descubrir nada nuevo, pero La princesa prometida (Rob Reiner, 1987) es una de las primeras que a muchos de nosotros nos vienen a la cabeza al recordar películas de nuestra puericia. Después, jugando con espadas de madera, todos hemos entonado esa frase mítica antes de dar la última estocada: "Mi nombre es Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir", una y otra vez, como Mandy Patinkin en la escena, muchos años antes de convertirse en Saul Berenson. Es cierto que como definición podría entrar dentro de esa mezcla de cuentos de hadas y capa y espada que decía en Robin Hood, príncipe de los ladrones, pero La princesa prometida es mucho más, es una película resabiada en sí misma, se trata de un cuento puro y duro, un relato que es consciente de sí mismo. Como tal, tenemos al mismísimo Colombo (Peter Falk) contándole la historia a su nieto que, como nosotros, se adelanta en los clichés que esperamos y que el abuelo trata de redirigir para darle emoción al asunto, y vaya si funciona. El ver esta historia de amor, puramente romántica y clásica –el director nos sorprendería con títulos como Cuando Harry encontró a Sally (1989) o El presidente y Miss Wade (1995)–, desde los ojos de un niño que termina emocionándose con el beso final entre Robin Wright y Cary Elwes, es lo que convierte al film en un clásico. Ese niño somos todos nosotros, expectantes, cautivados por las andaduras de un galán enmascarado, un español en busca de venganza y un gigante torpón. La película está en la línea de La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), que también nos ha dejado frases memorables, además de su pegadiza canción, y con la que comparte ese punto de vista ajeno a la historia central, desde un niño que vive la aventura leyendo el libro de la historia interminable. Duendes, oráculos, fantasía, etc. Estamos en otro tipo de mundos, también fascinantes e inolvidables. El clásico alemán de Petersen no hace pensar en todas esas películas que habrán caído en el olvido, yo por ejemplo recuerdo que me hubo un par de películas completamente desconocidas en el mercado español, que me deslumbraron en su momento: Bibi, la pequeña bruja (Hermione Huntgeburth, 2002) y su secuela, donde embrujaban con un hechizo que decía algo así como "ekes-ekes". De la generación de La princesa prometida, caben destacar dos películas que podrían ser parte del mismo universo, dos de las grandes creaciones de Jim Henson –si obviamos los teleñecos–, El cristal oscuro (Frank Oz y Jim Henson, 1982) y Dentro del laberinto (Henson, 1986). Todas ellas comparten además una estética similar, donde no importan que se vean los hilos y las costuras, hacen del hilo algo bello, creo que solo los niños pueden disfrutarlas en su estado más puro.

Su nombre es Iñigo Montoya

4. El secreto de los hermanos Grimm

Me estoy excediendo demasiado en los textos, pero entiendan que al proponer un solo título se me vienen a la cabeza cientos de imágenes de otras películas que relaciono con ese título y que me parecen igual o más recomendables que la propuesta. Con El secreto de los hermanos Grimm (Terry Gilliam, 2005), llegamos a otra de las grandes obras del terror infantil, la Bellucci convirtiéndose en vieja como si se tratase de El resplandor, el niño con la maldición que pierde el rostro y, por supuesto, esos impostores que juegan a crear leyendas para sus cuentos, una idea fantástica y un susto inicial que veía una y otra vez con mi madre tratando de no asustarnos, pero que siempre nos sorprendía. Las imágenes del genial Terry Gilliam fueron parte de mí antes de conocer siquiera a los Monty Phyton, Las aventuras del barón Münchausen (1988) es otro de esos clásicos con imágenes inolvidables, aunque en mi caso venía heredado del barón animado que disfruté en Las fabulosas aventuras del barón Munchausen (Jean Image, 1979). El film de los hermanos Grimm, que disfruté repetidamente –ya que cuando me gustaba mucho una película solía verla constantemente– cuenta con un fabuloso reparto, rostros que hasta hace bien poco no he relacionado con los actores que los interpretan: Matt Damon y Heath Ledger. La película, aparte del tema didáctico que se desprende de la fabricación de los cuentos, es de por sí un excelente cuento de terror con imágenes que podrían pertenecer a la saga Saw, ninguna de ellas especialmente traumática, aunque ustedes conocen mejor a sus retoños. Ese mismo año se estrenó y vi en el cine –en una de las primeras filas– una de las cintas de animación que más he citado, recordado y visto en los años venideros, La increíble pero cierta historia de Caperucita Roja (Cory y Todd Edwards, 2005) rescata también los personajes de los cuentos para darles una vuelta de tuerca. La imagen de la "abueli" de Caperucita haciendo snowboard es imborrable de cualquier mente. No se la pierdan.

Una de las criaturas más terroríficas de Gilliam

3. La vuelta al mundo en 80 días

En este caso le tengo un cariño especial a esta superproducción de los últimos coletazos del Hollywood clásico, llena de cameos estelares y con un ritmo frenético impulsado por el gran Cantinflas. Julio Verne siempre es una buena opción para embarcar a los niños en la ficción, pero con La vuelta al mundo en 80 días (Michael Anderson, 1956) tienen también la oportunidad de introducirles en el cine de verdad, de familiarizarles con rostros como el de David Niven, Charles Boyer, Marlene Dietrich, Frank Sinatra, Shirley MacLaine, Peter Lorre o incluso, si se fijan según dicen, de Alfredo Landa. Para mí supuso el inicio en una colección de cine que tenía mi abuelo, a la que siguieron títulos como Casablanca (Michael Curtiz, 1942) o El gran dictador (Charles Chaplin, 1940). Cantinflas fue definido en muchas ocasiones como el Charlot mexicano, lo cierto es que este tipo de humor eterno es el mejor para introducir a los niños en el gran cine. Yo todavía tarareo la canción inventada que improvisa Chaplin en Tiempos Modernos (1936). Pero como dirán que esto ya se le podía ocurrir a ustedes les traigo una serie de títulos que coinciden mejor con mi generación y que están en la misma línea que este film. Empezando por su remake, La vuelta al mundo en 80 días (Frank Coraci, 2004) fue mi primer contacto con Jackie Chan, algo cargante y sin duda menor al clásico, pero también ampliamente entretenida. El señor Chan se convirtió en ídolo de mi generación con la serie animada Las aventuras de Jackie Chan (John Rogers, 2000), con el Tío que dominaba la magia –"Yu Mo Gui Gwai Fai Di Zao" era el conjuro estrella– y los cameos del auténtico Jackie al final de cada episodio. No puedo olvidar, hablando de series animadas, mencionar a la productora BRB Internacional que nos trajo obras tan notables como David, el gnomo, D'Artacán y los tres mosqueteros o la fantástica La vuelta al mundo de Willy Fog, todas ellas con una sintonía inicial inolvidable y ahora a fácil disposición gracias a plataformas como Filmin y Amazon Prime Video. Por último, no quiero abandonar esta fase sin recordar La liga de los hombres extraordinarios (Stephen Norrington, 2003), una de las cumbres de las seedy films modernas, un abanico de excentricidades donde elegir y llena de personajes fantásticos encabezados por Sean Connery. Inolvidable.

Picaporte (Cantinflas) de torero

2. Monstruos, S.A (y algo de Shin-Chan)

Antes de encumbrar esta lista con el número uno, hago un pequeño repaso por el cine de animación infantil. En mi caso fui un chico bastante mainstream, excepto El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2002) no disfruté de las películas del Studio Ghibli hasta bien mayor. Cada niño es un mundo, mi prima por ejemplo adora todas estas películas y pone siempre La princesa Mononoke (Miyazaki, 1997) a la cabeza. Mi infancia coincidió con la época dorada de Pixar, siendo Monstruos, S.A. (2001) mi favorita según mi madre, lo cierto es que a día de hoy sigue pareciéndome sensacional, también su secuela reciente. Aunque si tuviera que escoger entre las grandes obras de Pixar (todas ellas son recomendables) me quedo con Bichos (1998), un ejercicio brillante que los estudiosos definen como heredera de Kurosawa, claro que el pobre ha tenido ya demasiados herederos desde Los siete magníficos (John Sturges, 1960). Heimlich, el gusano, es el personaje estrella de la película, avalado por un divertidísimo repertorio que va desde el slapstick a los chistes convencionales. Bichos merecería un estudio aparte, cada personaje está cargado de una fuerza dramática muy difícil de ver en el cine de animación convencional. Las series de mi infancia son muchas, me alegro de que Bob Esponja siga en la palestra, aunque veo que ahora abunda la animación 3D, y por mi primo pequeño deduzco que Paw Patrol: Patrulla Canina es la favorita de los más pequeños. Es una pena que se pierdan poco a poco todas esas series que para mí suponen horas y horas frente al televisor (no será lo más sano, pero tampoco me ha ido tan mal), títulos como Brandy y Mr. Whiskers, Phineas y Pherb, la serie de Lilo&Stich (las películas, sobre todo la primera, son más que recomendables) o Winx Club están condenados al olvido popular, a permanecer en la memoria selectiva de una generación post-millenial. Pero es ley de vida. Cada generación tiene sus dibujos, por eso a veces resulta un trabajo frustrado el de conservar las propias.

Heimlich: "Soy una linda mariposa"
Algunas consiguen trascender, Heidi (Yoshiaki Yoshida, 1974) y Marco, de los Apeninos a los Andes (Isao Takahata, 1976) son el mejor ejemplo de ello. Pero incluso Shin Chan (1992-Actualidad) o Doraemon, el gato cósmico (1979-2005), que me fascinan y que ya heredé de la generación anterior, parecen condenadas a la extinción. Por cierto, recomendación importante: Shin Chan en busca de las bolas perdidas (Keiichi Hara, 1997). Yo la recordaba como una película más, me había quedado con una de sus canciones –"Jamones, jamones, mira qué jamones"– pero nunca creí, al volverla a ver recientemente con un compañero de infancia, todas las alusiones y chistes escondidos a plena vista para los padres. Es un auténtico desmadre para toda la familia. Otras películas, tal vez dentro del circuito más convencional y que considero no deberían olvidarse son P3K: Pinocho 3000 (Daniel Robichaud, 2004) y Los reyes magos (Antonio Navarro, 2003), esta última un ejemplo de la mejor animación española, aunque la primera se alzó con el Goya a la Mejor Película de Animación.

Nuestros reyes magos: Imanol Arias, José Coronado y Juan Echanove

1. Stardust

No encuentro un título mejor para encabezar esta lista. Si bien es cierto que formaría parte del tipo de films como La brújula dorada, que crea un mundo imaginario lleno de leyendas y seres fantásticos, Stardust (Matthew Vaughn, 2007) es en realidad un compendio de todo lo que habita en la fabulosa mente de los niños, brujas, estrellas, reyes, magia, artes marciales, piratas, sinceramente creo que no falta absolutamente nada en la película. Por tener tiene hasta un trilero de doble moral brillantemente interpretado por Ricky Gervais. ¿La escena imborrable? Robert DeNiro bailando al ritmo del Can Can de Offenbach mientras se prueba vestidos. Desde que vi la película en el cine, con mi padre, se ha convertido en un clásico que guardo ahora, como oro en paño, en su edición metálica. La historia de amor de Tristán (Charlie Cox), tratada prácticamente como una tragedia shakesperiana, ahogado entre la belleza feroz de Sienna Miller y la dulce Claire Danes, pocos años antes de convertirse en la agente bipolar más conocida de la CIA. La trama por la herencia del reino, iniciada por la fantástica escena de Peter O'Toole lanzando el colgante que hace bajar a la estrella, dota a la película de una grandilocuencia que la acompaña brillantemente durante toda la historia. Por otro lado, David Kelly –el viejo abuelo de Charlie en Charlie y la fábrica de chocolate (Tim Burton, 2005)– como guardián del muro nos lleva a ese tono tan particular, lleno de humor y que es imposible de explicar, hay que entrar en él y disfrutarlo. Vuelve el año 2007, el más grande en el cine de mi infancia, ahora con Michelle Pfeiffer para recordarme aquella pregunta que le hice a mi bisabuela: "¿Por qué todas las guapas son malas?". Siento si he divagado demasiado, pero pienso que todos los títulos mencionados son una buena opción y, con el camino que lleva esta cuarentena, parece que nos va a dar tiempo a disfrutarlo todo. Además, la mayoría no tiene porqué leerlo todo, le bastará con copiar los títulos y darles al play. Trataré de ser más breve en mis próximas recomendaciones. ¡Feliz confinamiento!

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