lunes, 4 de junio de 2018

Terry Gillian de la triste figura

El semblante de Terry Gilliam se yergue entre la irreverencia y la provocación, el Monty Phyton más  cinematográfico ha superado todo tipo de obstáculos para estrenar su particular visión del Quijote, hasta un derrame cerebral que por poco convierte a Cervantes en el hombre que mató a Terry Gilliam. "¡Qué se joda Cervantes!", clama Gilliam completamente recuperado en el estreno de "El hombre que mató a Don Quijote" que clausuró el Festival de Cannes. Algunos días después asisto atónito a la proyección del film, el hidalgo caballero se abre paso en un jolgorio disimulado, hasta que una anciana, que momentos antes había vivido su propia odisea para llegar a la novena fila, suelta con ese tono que caracteriza a las señoras: "Hija, ¿pero qué es esto?". En ese momento rompo en una enorme carcajada, Gilliam sigue con su sueño y nosotros asistimos aturdidos a su santa "cordura", como define el universo del Phyton mi buen amigo Hipólito García Fernández "Bolo", que cuenta también con un pequeño papel en esta desventura absurda de caos y locura en la que todo tiene cabida, desde terroristas islámicos o productores con seductoras esposas a frívolos y excéntricos millonarios que se divierten con la merced de los tristes tramoyistas del cine. Porque detrás de esta opera magna, que reúne las grandes virtudes que el director parecía haber olvidado en pos de lo estrictamente cinematográfico, hay una exquisita fábula que Gillian traza como un canto de amor al cine, tomando para ello uno de los personajes más reconocidos de la literatura universal. Y lo hace como sólo Terry Gillian podría haberlo hecho, planos, escenas, una detrás de otra, escrito con líneas discontinuas en las que aparecen algunos destellos, aplaudidos, del Quijote original. Me sigue comentando Bolo, que fue también stand in de Alonso Quijano, que el rodaje era un caos, productores de varias nacionalidades recopilando las facturas y cabezas de gigantes en mitad del set. Un poco como se refleja al comienzo del film.

Pryce, teatro, artificio y oficio.

La cinta comienza en un rodaje, la típica relación del genio-creador y las musas, algo que Gilliam mantiene con mucha coherencia dentro del desorden provocado y provocador del film. La mirada del director es tan amplia como los grandes angulares que se cuelan atrayendo el centro y deformando las esquinas, estamos dentro de la desquiciada mente de Don Quijote, pero nuestro hidalgo dejó hace tiempo los libros de caballerías. Jonathan Pryce, el único hombre capaz de hacer hiperrealista el surrealismo, ya fue un quijotesco funcionario futurista en el "Brazil" (1985) de Terry Gilliam, interpreta al propio Quijano. En Pryce, soberbio, siempre hábil y medido en el momento de la carcajada —también para la señora de la fila nueve—, se reencarna el espíritu de amor cinéfilo, pues su personaje se cree Quijote por haberlo interpretado en la obra de ese genio-creador del que hablábamos antes. Ese director, fácil álter ego de Gilliam, es interpretado por Adam Driver, rostro más que habitual en la plantilla hollywoodiense, que termina por encarnar el ideal romántico que perpetuará a nuestro caballero por los siglos de los siglos. Porque Gilliam es un romántico, en él, irreverente creador, perdura la tendencia al artificio, el amor por mostrar las costuras de la imperfección que sin querer la hacen perfecta. Esos gigantes y cabezudos del tercer acto, totalmente teatralizados, son prófugos de "Las aventuras del barón de Münchausen" (Terry Gilliam, 1988), y ese Sancho acolchonado en un vertedero, es heredero directo del imaginario visual de los mendigos de "El rey pescador" (Gilliam, 1991) que viajan ahora de Nueva York a la Mancha. Y de repente Rossy de Palma y Sergi López, con acentos extraños, ilegales en un pueblo fantasma cuya ascendencia árabe nos remite a Cide Hamete Benengeli, entramos en el juego del propio Cervantes. "¡Qué le den a Cervantes!", vuelve a clamar Gilliam. Yo ya me he perdido hace tiempo, no entiendo nada, solo disfruto y río atónito, me he convertido en la señora de la fila nueve. Se apodera de mi la subjetividad que me invade cuando el cine traspasa la pantalla y se enreda en las butacas. "El hombre que mató a Don Quijote" es lo más Terry Gilliam que nunca veremos. Al final aparecen los nombres de Jean Rochefort y John Hurt, dos Quijotes que fueron y también se perdieron en el sol que ya cae anaranjado. 

2 comentarios:

  1. Querido Patricio. Deliciosa, certera descripción la que haces sobre esta disparatada película del i-repetible, enorme Terry Gilliam. Un fuerte a brazo de a brazos

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