Llego tarde al visionado de "Muchos hijos, un mono y un castillo" (Gustavo Salmerón, 2017), pero he seguido muy de cerca su recorrido desde el estreno en el Festival de Toronto y, una vez visto, merece ser reconocido en este espacio como la gran obra que es. Durante este tiempo el documental era uno de esos títulos que te vienen a la cabeza creando en tu subconsciente unas ganas ardientes de verlo. Incluso conocí a Julita durante el cocktail posterior de los Premios Goya. El film acababa de ser galardonado esa noche y por lo poco que había podido ver, Julita era de esos seres arrolladores que se ponen el mundo por montera, lo que había hecho que sucediera un fenómeno que he denominado como "admiración instantánea", algo que ya me sucedió con "Carmina o revienta" (Paco León, 2012). Bajo los efectos de este prodigio vi a Julita, agasajada por las grandes estrellas del cine español, sentada en medio del ágape junto a Massiel mientras el Goya era agitado de un lado a otro y fotografiado por doquier. Me acerqué a ella y la felicité, era su noche, ya había entrado la madrugada y estaba cansada pero eso no le impedía seguir sonriendo con garbo y soltar algunas de las grandes joyas del naturalismo español. Hoy he visto el documental y sólo deseo volver a verla, reír con su humor diáfano e investigar todas y cada una de las cajas etiquetadas que guarda en su armario. Este tesoro filmado nos muestra a Julita y a toda la familia Salmerón en sus peores momentos y, sin embargo, sólo son capaces de arrancarnos carcajadas. Es deliciosa la mirada negra y sádica que la matriarca tiene de la muerte —la aguja, el cassette y el hábito—, todo el documental es una comedia amarga que Julita ilumina con su espontaneidad y su buen hacer. Se crece cuando su hijo Gustavo pulsa el botón de grabar, "resucita" como bien dice en uno de los extras del DVD, tiene el don del espectáculo, es una gran actriz, sin duda la mejor en hacer de sí misma.
Se trata de un documental al uso sobre la figura materna del director, hasta que esta madre resulta ser Julita Salmerón, una mujer de armas tomar que ha tenido todo lo que soñaba y ha perdido algunas cosas, de las que no pueden aparecer en sus trasteros. "Yo no tengo al Diógenes", salta cuando se le acusa de acumular demasiados "recuerdos". Pero según avanza el metraje vemos a una familia caótica que ha heredado el gusto de su madre por el "coleccionismo": cuando uno pregunta "¿Estas macetas las vamos a tirar?", no tarda otro en responder: "No, son mías". Y es precioso, porque todo ello responde al ideal romántico de la familia. La figura de Julita es un producto perfecto para película, se trata de una madre, más berlanguiana que almodovariana, con todos sus respectivos clichés —desde el tuppper al pensamiento impostado hacia la muerte— que complementa con una gozosa rama de excentricidad y originalidad. Siempre me he sentido ha traído por el mundo que rodea a mis abuelos y bisabuelas (sólo conocí a dos, no es que el gobierno de Sánchez me haya empezado a afectar), les grabo siempre que puedo y viendo a Julita he visto sus reacciones, su actitud, su vida. "Muchos hijos, un mono, y un castillo" enfoca a Julita Salmerón, pero es el vivo retrato de España, con su gloria y padecimiento, sus contradicciones y discordancias. Lo que convierte al documental en una obra maestra, en un ejercicio que podemos ver de forma incansable, es su tratamiento narrativo, un ejercicio exquisito de montaje con un clímax brillante: el ensayo del funeral de Julita. Ella lo tiene claro, "Si me muriera... ¡Qué bien! ¡Qué descanso!", pero nosotros ya no podemos vivir sin Julita y sin el magnífico sentido del humor de la familia Salmerón, también el de Antonio, el patriarca, el que mejor las suelta. Ha nacido una estrella, ahora sólo queremos verla y disfrutarla. ¡Viva Julita!
Se trata de un documental al uso sobre la figura materna del director, hasta que esta madre resulta ser Julita Salmerón, una mujer de armas tomar que ha tenido todo lo que soñaba y ha perdido algunas cosas, de las que no pueden aparecer en sus trasteros. "Yo no tengo al Diógenes", salta cuando se le acusa de acumular demasiados "recuerdos". Pero según avanza el metraje vemos a una familia caótica que ha heredado el gusto de su madre por el "coleccionismo": cuando uno pregunta "¿Estas macetas las vamos a tirar?", no tarda otro en responder: "No, son mías". Y es precioso, porque todo ello responde al ideal romántico de la familia. La figura de Julita es un producto perfecto para película, se trata de una madre, más berlanguiana que almodovariana, con todos sus respectivos clichés —desde el tuppper al pensamiento impostado hacia la muerte— que complementa con una gozosa rama de excentricidad y originalidad. Siempre me he sentido ha traído por el mundo que rodea a mis abuelos y bisabuelas (sólo conocí a dos, no es que el gobierno de Sánchez me haya empezado a afectar), les grabo siempre que puedo y viendo a Julita he visto sus reacciones, su actitud, su vida. "Muchos hijos, un mono, y un castillo" enfoca a Julita Salmerón, pero es el vivo retrato de España, con su gloria y padecimiento, sus contradicciones y discordancias. Lo que convierte al documental en una obra maestra, en un ejercicio que podemos ver de forma incansable, es su tratamiento narrativo, un ejercicio exquisito de montaje con un clímax brillante: el ensayo del funeral de Julita. Ella lo tiene claro, "Si me muriera... ¡Qué bien! ¡Qué descanso!", pero nosotros ya no podemos vivir sin Julita y sin el magnífico sentido del humor de la familia Salmerón, también el de Antonio, el patriarca, el que mejor las suelta. Ha nacido una estrella, ahora sólo queremos verla y disfrutarla. ¡Viva Julita!
Antonio, el mono y Julita |
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