sábado, 19 de noviembre de 2016

Fast and The Furies

"Las furias" (Miguel del Arco, 2016) es uno de esos pequeños films que engrandecen nuestro cine, una pequeña obra donde se sirve un texto delicioso recitado por inmensos actores reunidos a comer en la casa familiar del séptimo arte. Hay algo de místico en esta película donde el espectador es incapaz de reconocerse con ningún personaje, aunque al fin y al cabo no sea más que una astuta representación del comportamiento humano. No nos reconocemos en ellos porque no nos queremos reconocer, pero quedamos cautivado por la fuerza de una trama perfectamente construida sobre el dolor y un odio superficial arraigado a las raíces. Sólo las mejores familias se odian. Miguel del Arco compone así un film vivo y lleno de sentimientos que el espectador vive como propios, aunque al encenderse las luces se seque los ojos y diga con una sonrisa "¡qué divertida tarde de cine!". Nos vemos sometidos a un clímax en todo momento, ya sea esa magnífica conversación radiofónica entre Carmen Machi y Mercedes Sampietro o esa boda que vive un in crescendo asfixiante hasta que salta un vibrante Gonzalo de Castro para sumirnos en un vergonzoso silencio. Uno puede verse saturado por escenas cargadas de intensidad, metraje que se sucede con cierta antipatía como las escenas de Macarena Sanz trepando a un ritmo incesante en la escala del asesino alimentario. Sin embargo todo ello se ve embriagado por una inquietante atmósfera de tragedia griega que sólo puede terminar en un final tan surrealista, absurdo y genial como el de la cinta. Hacía tiempo que no veía tanta fuerza en una mirada como la que le echa José Sacristán a la Sampietro en la única escena donde le vemos con cordura, esa infatigable escena inicial. Todo es tan sumamente griego que hasta veo innecesario las breves apariciones de las furias.


La capacidad de Miguel del Arco para sumirnos en esta historia es brillante, desde esa primera parte diferenciada en la que uno destripa a cada personaje hasta ese bucólico encuentro en la casa de verano donde cada personaje destripa al público. Y una vez con las tripas fueras deambulamos entre unos y otros, como esa genial Bárbara Lennie en su argentino original, entregada en uno de los amores más puros que se ha visto en años hacia esa anciana fuerte y alicatada que se derrumba ante la nubosa mirada de su marido. En el aspecto técnico no podemos ser tan subjetivos, la cámara es un objetivo kamikaze que no quiere arriesgar su vida, por lo que parece otro personaje omnisciente que tiene miedo a ser visto por las furias. Las familias cinematográficas podrían disfrutar de un género propio y "Las furias" no se encontraría en él, ésta convendría mejor en el género de texto ficcionado autodestructivo junto a "¿Quién teme a Virginia Woolf?" (Mike Nichols, 1966). En la película de Del Arco todavía hay un personaje que tiene esperanza, el de Emma Suárez, que después de la dureza que sufrimos con ella en "Julieta" (Pedro Almodóvar, 2016), vuelva a cierta inocencia de juventud, a un dulzura abarcada por el dolor que llega a su culmen en esa escena en la que se mira al espejo antes de su boda. Todo este batiburrillo de sentimientos agarran y surgen efecto en lo inmediato, pero no permiten que el espectador se quede con ellos. Ese sufrimiento es exclusivo de sus personajes, lo que es todo un lujo para el público. Nadie quiere salir triste del cine. Tiene tantos actores brillantes que uno se queda con que probablemente sólo reciba dos nominaciones a los Premios Goya, el de Mejor Director Novel y el de Mejor Canción Original, y ya les adelanto que el primero será para Raúl Arévalo... eso si los malentendidos administrativos la hubiesen dejado participar en los de este año... Si aún queda algún halo de esperanza en el cine del arte, déjense de tanta superproducción, y si quieren titulen esta como "Fast and The Furies" y créanse que están ante una.

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