El "Toro" de Kike Maíllo es recibido a porta gayola e intenta no pasar de largo. Apoderado por una estética elegante, el film decide acoger todos los clichés clásicos del cine noir y el thriller moderno, tanto en la creación de personajes como en el rodaje de la acción, algo descompasada en las persecuciones. Sin embargo por encima de todo hay una pretenciosa intención de convertir el producto en algo español, en introducir el sello made in Spain como una necesidad de unir ambas culturas cinematográficas, y se introduce con calzador. Flamenco en un local que bien podía ser el Casino de Scorsese, y una clara connotación religiosa, que pretende dar al personaje de Romano, el capo de la mafia andaluza, la justa verosimilitud que debe alcanzar una figura de esa fuerza. El aspecto más entretenido del film consiste en ir averiguando pequeños guiños al gran cine, incluso semejanzas con dos de sus más recientes hermanas, "No habrá paz para los malvados" (Enrique Urbizu, 2011) con la que comparte color y escenarios, y "La isla mínima" (Alberto Rodríguez, 2014) de la que aprovecha el éxito, ambas han sido distribuidas por Atresmedia Cine. Demostrando que una vez más el futuro del cine está en manos de la televisión, que pese a todo es donde se proyectan los films con más espectadores. Esos guiños se prestan tanto a la técnica como al guión, conformando una historia algo previsible, pero entretenida, un cine que siempre atrae y que suele mantener pequeñas acentuaciones de terror que es lo que verdaderamente dota d vida al metraje, las pequeñas cosas. No se pierda de vista esa inicial predicción sobre los cuencos de los ojos de una virgen, tallada por el propio Romano, o ese reconocible plano del desagüe por el que marcha la sangre de uno de los hermanos al más puro estilo Hitchcock. Porque ante todo es una película sobre la familia, la unión irremediable que brota de nuestra sangre y por la que estamos eternamente entregados.
Mario Casas continúa los pasos de "Carne de neón" (Paco Cabezas, 2010), aportando bondad a un ser que ha abandonado su pasado, y que debe recordar contra su voluntad. Luis Tosar enfrenta un personaje extraño y algo alejado al perfil al que nos tiene acostumbrado, pero sin salir del mundo de la calle, y la mafia, y sin dejar de recurrir a los ya agotados estandartes que asentaría "El Padrino" (Francis Ford Coppola, 1972), perfectamente plausibles en la sofisticada Nueva York, pero muy alejadas de una Almería cuyo "cuartel general" es uno de esos edificios horripilantes que han destruido la gran parte de nuestra costa, el verdadero crimen de la cinta. José Sacristán parecía el perfecto intérprete para dotar de vida a Romano, y sin duda cada plano que Maíllo le dedica es una delicia que se mueve entre el lujo, la religión, el crimen y el perdón, que deriva en una escena final muy por debajo de lo que merecían estos personajes. Romano pretende convertirse en uno de esos personajes que superan al film, ese Travis Bickle con quien comparte el artefacto para "desenfundar" el arma, pero no tiene la crudeza que se exige para ello. Y todo ello nos hace recordar a un personaje reciente de Sacristán que si estuvo a la altura, un hombre sin agallas que era capaz de matar con la mayor tranquilidad, y que sostenía la magnífica armonía de "Magical Girl" (Carlos Vermut, 2014). Un film sofisticado y cuidado, como la fue la ópera prima de Kike Maíllo, esa "Eva" que sorprendió a toda España, no sólo con unos espectaculares efectos especiales, sino con una historia compleja, original y pura, de una belleza sensacional, capaz de romper con todo y ahondar en las relaciones humanas, explorar nuestro mundo a través de un futuro inventado. "Toro" parece alimentarse de la necesidad de romper con todo ello, no sólo rompe de género sino de estilo, es una narrativa diferente, más universal pero algo falta de personalidad.
Los títulos de crédito parecen una reminiscencia de ese mediometraje/videoclip que Maíllo dedicó a Bisbal, intentando a portar una historia de amor diferente, que sonaba bajo los acordes de "Tú y Yo". "Toro" es perfectamente justa con lo que uno espera, por lo que no se puede pedir más, una historia que engancha y hace experimentar al espectador, que convierte a sus personajes en vida, una vida sin alma, pero una vida que, como la de muchos, les toca vivir. Es más llega un momento en el que echamos de menos más intervenciones de la genial Ingrid García Jonsson, que en sus breves apariciones logra darnos la dulzura y estabilidad necesaria, en una cinta frenética a la que no le falta acción en ningún momento y que por tanto está en constante movimiento. No vemos nada nuevo, pero en este tipo de cine tampoco es necesario, la historia logra hacerse con el metraje y entretenernos hasta el final, desfilando por magníficos escenarios con intervenciones fantásticas, que dotan de verosimilitud la particular venganza de estos hermanos. Pese a formar a Mario Casas como el gran protagonista y protector de Tosar y su hija en la ficción, Claudia Canal, el auténtico personaje que evoluciona y da sentido a la película es el de Tosar, el padre que aprende a comportarse como tal y a conocer a su hija, su auténtica protectora. En definitiva, Kike Maíllo se muestra con ganas de cambio, y lo consigue con uno radical, potente y muy adecuado al clima cinematográfico actual, una película donde se ve detrás a un gran director que probablemente vuelva a sorprendernos con otra Eva, y que mientras tanto se estrena como productor del gran éxito musical "La Llamada" (Javier Ambrossi y Javier Calvo, 2016).
Mario Casas continúa los pasos de "Carne de neón" (Paco Cabezas, 2010), aportando bondad a un ser que ha abandonado su pasado, y que debe recordar contra su voluntad. Luis Tosar enfrenta un personaje extraño y algo alejado al perfil al que nos tiene acostumbrado, pero sin salir del mundo de la calle, y la mafia, y sin dejar de recurrir a los ya agotados estandartes que asentaría "El Padrino" (Francis Ford Coppola, 1972), perfectamente plausibles en la sofisticada Nueva York, pero muy alejadas de una Almería cuyo "cuartel general" es uno de esos edificios horripilantes que han destruido la gran parte de nuestra costa, el verdadero crimen de la cinta. José Sacristán parecía el perfecto intérprete para dotar de vida a Romano, y sin duda cada plano que Maíllo le dedica es una delicia que se mueve entre el lujo, la religión, el crimen y el perdón, que deriva en una escena final muy por debajo de lo que merecían estos personajes. Romano pretende convertirse en uno de esos personajes que superan al film, ese Travis Bickle con quien comparte el artefacto para "desenfundar" el arma, pero no tiene la crudeza que se exige para ello. Y todo ello nos hace recordar a un personaje reciente de Sacristán que si estuvo a la altura, un hombre sin agallas que era capaz de matar con la mayor tranquilidad, y que sostenía la magnífica armonía de "Magical Girl" (Carlos Vermut, 2014). Un film sofisticado y cuidado, como la fue la ópera prima de Kike Maíllo, esa "Eva" que sorprendió a toda España, no sólo con unos espectaculares efectos especiales, sino con una historia compleja, original y pura, de una belleza sensacional, capaz de romper con todo y ahondar en las relaciones humanas, explorar nuestro mundo a través de un futuro inventado. "Toro" parece alimentarse de la necesidad de romper con todo ello, no sólo rompe de género sino de estilo, es una narrativa diferente, más universal pero algo falta de personalidad.
Los títulos de crédito parecen una reminiscencia de ese mediometraje/videoclip que Maíllo dedicó a Bisbal, intentando a portar una historia de amor diferente, que sonaba bajo los acordes de "Tú y Yo". "Toro" es perfectamente justa con lo que uno espera, por lo que no se puede pedir más, una historia que engancha y hace experimentar al espectador, que convierte a sus personajes en vida, una vida sin alma, pero una vida que, como la de muchos, les toca vivir. Es más llega un momento en el que echamos de menos más intervenciones de la genial Ingrid García Jonsson, que en sus breves apariciones logra darnos la dulzura y estabilidad necesaria, en una cinta frenética a la que no le falta acción en ningún momento y que por tanto está en constante movimiento. No vemos nada nuevo, pero en este tipo de cine tampoco es necesario, la historia logra hacerse con el metraje y entretenernos hasta el final, desfilando por magníficos escenarios con intervenciones fantásticas, que dotan de verosimilitud la particular venganza de estos hermanos. Pese a formar a Mario Casas como el gran protagonista y protector de Tosar y su hija en la ficción, Claudia Canal, el auténtico personaje que evoluciona y da sentido a la película es el de Tosar, el padre que aprende a comportarse como tal y a conocer a su hija, su auténtica protectora. En definitiva, Kike Maíllo se muestra con ganas de cambio, y lo consigue con uno radical, potente y muy adecuado al clima cinematográfico actual, una película donde se ve detrás a un gran director que probablemente vuelva a sorprendernos con otra Eva, y que mientras tanto se estrena como productor del gran éxito musical "La Llamada" (Javier Ambrossi y Javier Calvo, 2016).
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