Si alguna persona no recuerda la angustia de José Isbert en su ardua búsqueda de Chencho por la Calle Mayor, imagen central que hizo Pedro Masó levantar el guión de "La gran familia" (Fernando Palacios, 1962), la voz rota de Isbert nos introduce en el Madrid del tardofranquismo como fiel retrato de un época acosada por una crisis social que afectaba a España desde la Guerra Civil. Luis García Berlanga narraba esa época como unas largas vacaciones donde descubrió el mundo de la noche, también presente el agobio y la tensión dividida entre el placer y el dolor, que compartió en la enfermería de la sangrienta batalla de Teruel, y finalmente en las heladores noches rusas con la División Azul. Jaime Camino y Manuel Gutiérrez Aragón escribieron juntos "Las largas vacaciones del 36" (1976) que dirigiría el primero, en ella se encontraba el concepto entre la diversión y el estío vivido en los primeros momentos de incertidumbre. Sin embargo la obra teatral de Fernando Fernán Gómez, "Las bicicletas son para el verano", posteriormente adaptada a la gran pantalla, sería la primera gran incursión en la vida teñida de terror, duda y sobre todo una falta total de información manipulada por ambos mandos. Tuvo que llegar otra vez Berlanga para abrirnos los ojos con "La Vaquilla" (1986), y demostrarnos una vez más que todos los hombres, y sólo algunas mujeres, no somos más que el mismo perro con distinto collar. Todo ello perfectamente aplicable a la sensación que se vive al pasear por la Puerta del Sol, por la Plaza Mayor o por la Plaza del Callao, donde encontramos de todo menos silencio.
Cientos de personas cuchichean sobre los votos, mientras una incertidumbre globalizada se apodera de todos nosotros, caminando a un paso desconcertante, agobiante, lento e inducido inconscientemente por el ciudadano de delante, que como tú no sabe escoger un rumbo fijo hasta encontrarse así mismo dentro de esa plaza a rebosar, donde sabes que te han robado la cartera en cuanto has mirado de reojo el escaparate de "Victoria's Secret", aún dirigiéndote a la mercería de toda la vida, con Doña Eustaquia, dependienta reputada que no tarda más que unos segundo en tapizar el mostrador de calcetines y enormes bragas color beige, que en el mejor de los casos poseen la doble utilidad como faja. Y las elecciones continúan ahí, ni siquiera sabiendo el veredicto final tenemos claro quién gobernará los próximos cuatro años en nuestro país. No terminamos de comprender la realidad que nos abofetea en medio de la agobiante plaza, entre Testigos de Jehová y vendedores de Biblias masterizadas con nuevos capítulos extra. En "La vida alegre" (Fernando Colomo, 1987) los políticos eran portadores de enfermedades de transmisión sexual, sin olvidar que ya en "La escopeta nacional" (Luis García Berlanga, 1978) eran capaces de decidir el futuro del país desde el control del pelele nacional, todos nosotros manipulados por la mala educación, que lejos del pecado almodovariano, nos redime a depositar nuestro voto en alguno de esos hombres, disfrutones de berlanguianas cacerías donde el mayor político es aquel al que no se le resiste el último canapé. Pero ya lo decía Berlanga una vez más, todo son perros con distinto collar, aunque el refrán popular ya nos lo viene advirtiendo desde que rogábamos a Dios, dejando el mazo en los perros, entonces sin collar.
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