viernes, 9 de junio de 2017

Efeméride de lo perdido

El tiempo juega con nosotros a su antojo. Ya han pasado seis años desde el fallecimiento de Jorge y aún me cuesta escribir estas palabras. Los tabúes son habituales alrededor del óbito, una fiesta casi folclórica muy tradicional en nuestra ibérica península que estuvo presente desde el primer momento en la relación profesional de Jorge y su padre, Luis. Aún circula por la casa familiar de Somosaguas una carpeta en la que se puede leer: "Nacional 4. 1er guión Jorge y mío", proyecto truncado por la muerte de Luis Escobar que les llevaría a reescribir una segunda versión que comenzará con el entierro del Marqués de Leguineche. Probablemente rociado con el exquisito humor negro que Azcona y Berlanga, ahora también Jorge, solían dar a todo este tipo de convenciones donde Concha Velasco nunca falta. De esta manera surgirían dos artículos brillantes "Funeral berlanguiano" y "Esquelas", donde Jorge recreó desde una visión afinada y negrísima el transcurso de los hechos que acontecieron alrededor de la muerte de su padre, que al fin y al cabo no consistió en más que en narrar lo ocurrido. Digno heredero de Jorge Manrique y sus coplas, Jorge Berlanga Manrique rompió con todo tipo impedimentos sociales para regalarnos un periodismo sofisticado, de ese que sólo puede leerse con un Gyn-Tonic en la mano. Leerle y reelerle, ver sus guiones en pantalla tratando de adivinar cuáles son sus frases, descubrir sus artículos en la hemeroteca del ABC, todo forma parte de un ritual prácticamente diario que me acompañará siempre. Porque la grandeza del artista es que siempre prevalece, aunque sea en una de esas servilletas del Balmoral donde apuraba sus artículos.


Aquel 9 de junio volví del colegio antes de lo normal, cuando llegué a casa la cocina parecía la familia de Carlos IV pasada por las pinturas negras, ni siquiera la bisabuela, con su respectiva mancha, había querido perderse la estampa. La llegada del niño se tornó en sonrisas y en el grito de una abuela preocupada que aseguraba que el infante no había comido, lo que se solucionó con una bajada a "La Ancha" donde coincidimos con la condesa de Montarco. Una de esas grandes damas de la aristocracia española que no mucho antes había salido en la columna de Jorge, él proponía a "[...] Paloma Segrelles, Curri Valenzuela y la condesa de Montarco, para dar brillo, y ya tenemos el germen de un partido para regenerar España con mano fina y corazón de hierro". El Armando no fue más que el comienzo de un día que parecía escrito por Jorge, la elegancia que se desprendía de las hojas de los árboles se mezclaba con la espiga de las chaquetas de los ancianos transeúntes de Príncipe de Vergara, y con los finos ladridos del tuso de Tessa de Baviera. Esa misma tarde fui a casa de Paco Arango para ver "Maktub" en primicia, acababan de marcharse Goya Toledo y Penélope —según me dijeron— y aquel pequeño cine de cómodas butacas me sumergió en una simbiosis cinematográfica que nunca olvidaría. Por último cenamos en un rico italiano, todo parecía darse en torno a la comida, por no decir que en ese momento se habían puesto de moda las aplicaciones que engordaban y envejecían tu fotografía. Cuando volví a casa me dijeron que Jorge había muerto (de ahí mi contundencia en mi primer artículo en este blog: Muerte de Jorge Berlanga). Empezamos a ver "Vacaciones en Roma", vomité todo lo ingerido durante el día cual explosión fallera, y me quedé dormido sin darme cuenta de lo que había ocurrido. Solo grabando para esta efeméride de lo perdido, ¿o acaso las hay de otra cosa?

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