Los sirios no tienen Netflix, cuando la enorme empresa comercial estadounidense conquiste las pocas fronteras que a día de hoy se le resisten llegaremos a un tratado de paz mundial por sólo 7'99€ al mes. La multinacional con sede en Los Gatos, California, tiene poder absoluto sobre sus subscriptores, te hará ver lo que ella quiere que veas y lo peor de todo es que te gustará, lo recomendarás y harás que otros vean lo que ella ha querido. Por eso he sucumbido al atractivo salvajismo de "Wild Wild Country" (Chapman y Maclain Way, 2018), la serie documental de la que todo el mundo habla —como se vendería en los tiempos de la pop publicity—, un experimento adictivo que sorprende con cada una de sus revelaciones. El espectador asiste a su visionado como los rajnishes a los discursos del Osho, limpian su rutina con declaraciones sorprendentes, atónitos ante lo que una secta fue capaz de hacer desde un pueblo perdido del estado de Oregón, Estados Unidos. Los testimonios de algunos de los protagonistas que participaron en el tinglado son desgarradores, incluyendo a una voraz, cínica, impertinente y genial, Ma Anand Sheela. Estas declaraciones se contrastan con las de los habitantes de Antelope y demás personalidades que lucharon contra el movimiento del Bhagwan, siempre rociadas por un inevitable sentido del humor que hace más llevadero el asombro ante lo que esta secta puede llegar a hacer detrás de sus momentos de oración y de amor libre. "Me acusaron de crímenes terribles, más bien de intento de todos ellos", sentencia Sheela tras una de sus oscuras sonrisas. Sheela, secretaria de Bhagwan, responsable de mover los millones de las empresas del Osho. Este es el punto más interesante de Bhagwan, es probablemente el único líder espiritual abiertamente capitalista, punto clave lleno de humor que los hermanos Way utilizan para incitar a crear leyenda. ¿Por qué el Bhagwan no fue enterrado con su reloj de diamantes?
He leído en algunos artículos que "Wild Wild Country" es un análisis sobre la religión y la inmigración que ayuda a comprender el episodio de Oregón. Personalmente, yo no había oído hablar de ninguna secta que bailaba vestida de naranja, lo más parecido que había visto eran los Hare Krishna que Woody Allen había retratado en "Hannah y sus hermanas" (1986). "No fastidies, tú un Hare Krishna. ¿Te vas a rapar la cabeza, ponerte una toga y bailar en los aeropuertos? Te confundirán con Jerry Lewis", decía el personaje de Allen en busca de una identidad religiosa. Los rajnishes, con sus ropas rojizas y su impostada sonrisa, no andan lejos de la aguda mirada del genio de Brooklyn. Por todo ello, "Wild Wild Country", va más allá de una religión de manual y un fraude migratorio, se trata de un relato sobre el poder y el orgullo. Sheela es la auténtica protagonista, no un místico fallecido hace décadas en sospechosas circunstancias. Se trata del retrato del ascenso de Sheela a la cabeza de la organización, cargándose a su predecesora, y de cómo, cegada por el orgullo, perdió al Osho en su plan por la conquista de la incorruptible América y del mundo (sic). La serie tiene todos los elementos de una ficción, arquetipos, fraude, sectas, secretismo, América, religión, consecuencias legales e incluso tentadores cliffhangers al final de cada episodio que hace el documental adictivo. Sin embargo, los hermanos Way huyen de lo fácil, se esfuerzan por mostrar una imagen lo más limpia posible, que el espectador saque sus conclusiones a partir de las declaraciones en bruto de los protagonistas de esta historia. La mejor muestra de ello es un borroso final ¿feliz?, en el que Sheela nos sonríe cuidando ancianos dementes en un centro suizo. "Era como una hermosa película de Fellini", esa frase de Sheela se me quedó grabada, me sorprendía según avanzaba en el documental y me daba cuenta de que Fellini era relevado en momentos por la dureza física y visual de Pasolini. Hagan caso a lo que les dice Netflix y, si no la han visto ya, vean "Wild Wild Country".
Ma Anand Sheela |
He leído en algunos artículos que "Wild Wild Country" es un análisis sobre la religión y la inmigración que ayuda a comprender el episodio de Oregón. Personalmente, yo no había oído hablar de ninguna secta que bailaba vestida de naranja, lo más parecido que había visto eran los Hare Krishna que Woody Allen había retratado en "Hannah y sus hermanas" (1986). "No fastidies, tú un Hare Krishna. ¿Te vas a rapar la cabeza, ponerte una toga y bailar en los aeropuertos? Te confundirán con Jerry Lewis", decía el personaje de Allen en busca de una identidad religiosa. Los rajnishes, con sus ropas rojizas y su impostada sonrisa, no andan lejos de la aguda mirada del genio de Brooklyn. Por todo ello, "Wild Wild Country", va más allá de una religión de manual y un fraude migratorio, se trata de un relato sobre el poder y el orgullo. Sheela es la auténtica protagonista, no un místico fallecido hace décadas en sospechosas circunstancias. Se trata del retrato del ascenso de Sheela a la cabeza de la organización, cargándose a su predecesora, y de cómo, cegada por el orgullo, perdió al Osho en su plan por la conquista de la incorruptible América y del mundo (sic). La serie tiene todos los elementos de una ficción, arquetipos, fraude, sectas, secretismo, América, religión, consecuencias legales e incluso tentadores cliffhangers al final de cada episodio que hace el documental adictivo. Sin embargo, los hermanos Way huyen de lo fácil, se esfuerzan por mostrar una imagen lo más limpia posible, que el espectador saque sus conclusiones a partir de las declaraciones en bruto de los protagonistas de esta historia. La mejor muestra de ello es un borroso final ¿feliz?, en el que Sheela nos sonríe cuidando ancianos dementes en un centro suizo. "Era como una hermosa película de Fellini", esa frase de Sheela se me quedó grabada, me sorprendía según avanzaba en el documental y me daba cuenta de que Fellini era relevado en momentos por la dureza física y visual de Pasolini. Hagan caso a lo que les dice Netflix y, si no la han visto ya, vean "Wild Wild Country".
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