viernes, 9 de septiembre de 2022

The Remains of The Crown

Es la hora del té en Balmoral, la finca que el Príncipe Alberto le regaló a su esposa, la Reina Victoria. Isabel II del Reino Unido ha fallecido la pasada noche y la "Operación Puente de Londres" se ha puesto en marcha hace horas, como si se tratara de la muerte de Mata Hari o algún miembro destacado del Mi6. Edward Young, secretario personal de la reina, sirve la real infusión como de costumbre para no levantar ninguna sospecha entre el servicio menos entrenado, mientras se realizan las llamadas pertinentes. "Majestad..." se dirigen por teléfono al rey Carlos III. Sólo con el cambio de tratamiento ya sabe que su madre ha muerto y debe trasladarse a la residencia de verano. El resto del mundo sigue con preocupación la noticia sobre el estado de salud de la monarca, una noticia extraña por lo difuso de su información. Los medios de comunicación rescatan los borradores que ya tenían del obituario de la soberana y comienzan a actualizarlo con multitud de halagos, destacando su indómita capacidad para estar al pie del cañón hasta unas horas antes de despedirse. Los mismos cañones que en apenas unas horas lanzarán noventa y seis salvas, una por cada año de vida, una por cada año de historia. Liz Truss, flamante Primera Ministra del Reino Unido, ensaya estoica su discurso en el baño de servicio de Downing Street. Cuando la vio hace unos días no podía imaginarse que el deceso sería inminente. Una tragedia para la nación, pero la ocasión perfecta para entrar por la puerta grande en el Parlamento Británico. La muerte suele traer serenidad, aunque sea señal de una inminente tormenta, la señora Truss tendrá tiempo para prepararse. No tanto como el que ha tenido Carlos III, un hombre que sabemos sarcástico, cínico y habido de un exquisito sentido del humor, pero también sensible y quizás algo vehemente. "Tiene que grabar el discurso, majestad", vuelve a recordar así que su madre ha muerto. La reina. La mujer inmortal que nos acompaña a muchos desde que nacimos, todos los que no hemos conocido un mundo sin ella. La mujer que se convirtió en una suerte de abuela aristocrática a la que recurríamos en miles de conversaciones, como si se tratara de un miembro más de nuestra familia. Una abuela que se verbalizó así tras la muerte de Diana, haciendo de tripas corazón para acompañar al pueblo británico. Quizás por eso, su muerte nos ha afectado tanto. Quizás por eso ya la echamos de menos. 


Lo que queda de La Corona. La institución de la monarquía en el Reino Unido y la Commonwealth es fuerte, está arraigada como algo natural, pero también como algo divino, una suerte de halo protector que trasciende la política. Algún republicano indecente se reirá de esta afirmación antes de ser consecuente y fijarse de que no se trata de la palabrería sensacionalista a la que está acostumbrado. Para mi, como para Justin Trudeau, la reina seguirá siendo una de mis personas favoritas. Nada será igual, porque la figura de Isabel II trascendía lo institucional. Era un icono, un icono personal, político y familiar, también un icono de moda. Curioso, porque sólo ella podía ser un icono y vestir como ella lo hacía sin parecer una tarta barata de fantasía. Ahora estamos en algún Junio de mediados de los ochenta, han comenzado las carreras de Ascot. Creo que es el único lugar donde hemos visto a la Reina ser absolutamente feliz, olvidarse del protocolo y alzar los brazos (nunca por encima de la cabeza, entiéndanme) en señal de la más pura alegría. Sus caballos ganan carreras. Volvemos al día de hoy, 9 de Septiembre (D+1 para las Mata Haris). El cuerpo de la monarca, delgado, sin vida, empieza a coger algo de color e hincharse de forma sana con los procesos de embalsamamiento. Carlos III abandona Balmoral para ir a Londres y grabar su primer discurso como Rey, Camila, nerviosa por el viento y con miedo a despeinarse, se adelanta y entra primero en el avión. Ocurre lo mismo al llegar a Buckingham, es ella la primera en salir del coche, aunque Su Majestad el Rey Carlos III permanece un largo rato saludando a la plebe. Una mujer negra de luto (valga la redundancia), queda cautivada por la cámara y se olvida de que tiene al nuevo rey delante. No le da la mano. La reina embalsamada (parece el titulo de una novela de Carmen Posadas) ya está preparada para su gira, operación unicornio o marea de primavera, que me parece la opción más elegante. Carlos III tiembla nervioso. Se ha tomado un tranquilizante en forma de infusión. La misma que lleva tomando su madre desde hace décadas. Ha terminado la era isabelina y avanzamos sin un rumbo concreto, hacia el futuro de un mundo que se queda hoy sin su figura más universal. God save the King.