martes, 7 de agosto de 2018

Hasta un hombre puede hacerlo

Así reza el eslogan que se escapa disimuladamente en una escena de "Los Increíbles 2" (Brad Bird, 2018). El problema no es el feminismo que se desprende, en grandes cantidades, del film, sino que por el hecho de incluirlo se falte a la esencia misma de la película. En este sentido está muy conseguido el comportamiento de Míster Increíble, Ramón Langa en la versión española, cuyos nervios a flor de piel ya conocíamos. Sin embargo, hay diálogos, gestos y chascarrillos en mitad de la acción que rompen completamente con el ritmo natural de la película, aunque no deja de ser una de las mejores secuelas de la historia de la animación. En España se echa de menos a Emma Penella en el papel de la inimitable Edna Moda, sustituida decentemente por Mayte Torres. Aunque la guinda la pone el genial Álex de la Iglesia, cada vez más metido en esto del doblaje, que recupera su personaje, El Socavador, de "Los Increíbles" (Brad Bird, 2004). El mundo de los Increíbles se desarrolla en un mundo paralelo que sigue avanzando tecnológicamente, pero cuya moda parece anclada en algún punto de la década de los sesenta. Un estilo exquisito que, junto con esas pequeñas frases intrascendentes que dan la vida al espectador adulto, hacen del film una de las joyas de la animación moderna. "Los Increíbles 2" nos recuerda tanto a la original, que es demasiado fácil dar con la fórmula, el argumento se completa con la presentación de personajes, dejando un final previsible. Claro que todo eso ya lo sabíamos, la grandeza de Pixar es su capacidad para crear personajes irrompibles, perfectamente estructurados y fieles a sus emociones, por eso "Los Increíbles 2" tiene algo que nos encanta desde que empiezan los primeros acordes de Michael Giacchino.

El Socavador

Lo increíbles es que hasta un hombre ha podido hacer esta maravilla. Los personajes nuevos son brillantes, claro que después de ver la media intelectual de los superhéroes no le extraña a uno que quieran ilegalizarlos. El Frozono de Cholo Moratalla dista bastante del original que nos presentó Antonio Molero, aunque el cambio parece también político. El Frozono original era el típico negro de película americana de los cincuenta, algo acubanado y perfecto representante de la "coña negra", el de ahora es menos "enrollado", más fighter for rights. En cualquier caso, la versión original en ambas películas corre a cargo del gran Samuel L. Jackson. Me parece indispensable hablar del doblaje, la mayor parte de la población española ve las películas en versión doblada, y tenemos algunos de los mejores actores de voz del mundo. El propio Ramón Langa, tiene una capacidad única para crear y grabar en la mente del espectador frases que vienen de una traducción y que sabe hacer suyas. Mr. Increíble no sería igual para el imaginario español sin Langa. Por ello, para nosotros es tan indispensable el cuidado de estos detalles. ¿O alguien puede imaginar a Dory sin la voz de Anabel Alonso? Mientras esperamos una nueva entrega —Brad Bird ha asegurado que quedan muchos personajes "muy buenos" en el tintero— disfruten de esta feminista, que no femenina, segunda entrega de "Los Increíbles".

jueves, 2 de agosto de 2018

Perdices sobrevaloradas

Cuán será la mordacidad de Haneke, que hasta los críticos le han abandonado. Voy molesto a ver su última película, "Happy End" (Michael Haneke, 2018), acompañado por los malos comentarios de los que extraigo una frase clave: "Una recopilación de las obsesiones del maestro austríaco". Todo gran creador vuelve a sí mismo. Estamos ante un Haneke que se reconoce como maestro y no duda de su eficacia, es más, ironiza sobre su situación como gran director de cine europeo, marca notablemente sus señas de identidad y diseña un mundo puramente hanekiano. Donde los abuelos ahogan a sus esposas para ahorrarles el dolor de la enfermedad y las niñas abrazan el suicidio. De toda su obra se desprende un fino y exquisito humor negro, especialmente reseñable en este "Happy End" que viene a demostrarnos que las perdices están sobrevaloradas. Paradójicamente, el hombre que desea morir está perfectamente sano y, a su vez, está interpretado por un moribundo. Jean-Louis Trintignant podría ser perfectamente un personaje de Haneke. Mientras los actores se despiden de sus carreras para vender mejor su "última" interpretación, Trintignant se ha despedido de la vida. Asegura que no le quedan fuerzas para luchar y que ha empezado un tratamiento alterativo del cáncer que padece con un médico en Marsella. Ha rechazado un papel en la próxima cinta de Bruno Dumont por creer que "no estaría a la altura física del personaje". Su hija Marie fue asesinada "a puñetazos" por su pareja. De "Funny Games" (Haneke, 1997) a "Amor" (Haneke, 2012). En este, su "Happy End", realiza una interpretación clamorosa, brillantemente delicada y salvajemente bestia, la cinta es suya y las escenas que comparte con Fantine Harduin son puro cine actoral, el mundo se convierte en ellos.

Haneke dirige una escena clave con Fantine Harduin y Jean-Louis Trintignant
Sólo por la grandeza que transmite Trintignant cuando aparece en pantalla, parece que las escenas en las que no aparece decaigan en ritmo. Para ello está Isabelle Huppert, que vuelve al grado de frialdad que acostumbra en las películas de Haneke, vuelve a la burguesa insaciable que araña y rasga las oscuras disciplinas de su clase social. El director convierte a sus personajes en un thriller, el espectador busca en todo momento los finos hilos que les unen y encaja, como un rompecabezas, las distintas escenas que se van presentando. Otra genialidad del director, que a sus setenta y seis años ha superado a la propia vanguardia, es la entrada al film a través del formato vertical, el de la pantalla de un móvil. El formato del futuro. Haneke continúa abriendo nuevos caminos por medio de sus viejas obsesiones. Está la música clásica, los secretos que esconden los profesionales respetables, las complicaciones de la empresa familiar y demás inconvenientes del asentamiento burgués. Todo en una comedia amarga que se atraganta con el café y que en ocasiones parece increíble que estemos viendo. Pero si hay algo que engrandece al maestro y su constante presencia, en esos planos largos de acciones cotidianas, esos planos generales invadidos por el ruido de la calle, esa distancia que toma cuando los personajes salen de su hábitat. Haneke ironiza desde el título pues, siendo fiel así mismo, un happy end para el austríaco siempre será la manzana de Blancanieves.