jueves, 14 de septiembre de 2017

Kattegat, donde el tiempo vuela

El inminente estreno de su quinta temporada y con la reciente renovación para una sexta, "Vikingos" (creada por Michael Hirst en 2013) se ha convertido en otro fenómeno dentro del mundo seriéfilo. Las bárbaras incursiones de estos nórdicos en tierras conocidas por todos —incluida España— y sus variados y abundantes líos sentimentales han enganchado a millones de espectadores que, gracias a la Tierra Media de Peter Jackson y a "Juego de tronos" (creada a partir de las novelas de George R. R. Martin en 2011), han adquirido una ferviente devoción por la Edad Media y el salvajismo que la época concede. "Vikingos" cuenta además con el certificado de rigor del canal Historia, suficiente para que la mayoría crea que lo que sucede en la serie es completamente cierto, si a ello añadimos que Ragnar Lothbrok aparece en la Wikipedia como un "dios semilegendario", irremediablemente debemos tomar el serial cual dogma de fe. Como todas las series actuales, "Vikingos", ha optado por tomar un tono cada vez más oscuro y se ha decantado por ir barriendo los halos de bondad que nos unía a ciertos personajes para ir quitándoselos de en medio —corriente filosófica arraigada en Poniente—. Los últimos, el propio Ragnar y la dulce Helga. Pero que sus intérpretes, Travis Fimmel y Maude Hirst, no se asusten aún, pues mientras Floki (Gustaf Skarsgård) siga adelante pervivirá la esperanza de que sigan apareciendo en alucinaciones o incluso como retransmisión en directo desde el Valhalla. La serie está mudando la piel y fichajes como el de Jonathan Rhys-Meyers en el papel de un misterioso obispo, prometen un futuro igual de salvaje y adictivo.

Un momento del rodaje de la primera temporada

Floki
Hecho ya el daño, es curioso observar como corre el tiempo en el norte. Kattegat no era más que una granja hace tres temporadas y ahora se ha convertido en uno de los reinos más grandes de Noruega, por no hablar de la rapidez con la que crecen los infantes vikingos. Obviamente es una exigencia de guión, pero ahora que Ragnar yace embalsamado en veneno de serpiente no nos queda otra que imaginar todos esos años y horas perdidas, destruidas en favor al propio recorrido de la historia. Parece que fue ayer cuando Ivar (Alex Høgh Andersen) clavó su primer hacha a su compañero de juegos y ya ha matado a su hermano y tiene pretensiones de liderar el ejército. Resulta aterrador el poder que un guionista puede ejercer con un teclado, claro que aquí contamos con el salvoconducto del canal Historia, que nos libra de dragones y seres fantásticos pero no de leyendas y dioses nórdicos. "Vikingos" es un tono, una época y un motivo. Circunstancia clave que han hecho que nos maravillemos por un mundo en el que clamar por la independencia era carta blanca para arrancarte la cabeza de un hachazo, ¿quién no lo desearía hoy en día? Aunque las batallas sean cada vez más coreografiadas y estéticas, hay sangre, deformaciones y honor, todo lo que parece que hoy se busca en una serie. Kattegat sigue evolucionando a un ritmo vertiginoso, y no se preocupen si empiezan a faltar hijos de Ragnar, sus nietos esperan en la sombra. No se descuiden, tal vez en un par de temporadas los vikingos nos alcancen.

Cara que se te queda cuando vuelves a ver a Ragnar en el primer capítulo

lunes, 11 de septiembre de 2017

¡Vaya par de gemelos (caníbales)!

Los programas mañaneros se han convertido en auténticas aves carroñeras de la televisión, investigan en busca de cualquier noticia absurda para convertirla en el evento de la temporada. Hace unas semanas comenzó a aparecer en todos los medios una joven que buscaba a su doble, la cual había visto en una de las fotografías que se habían publicado con motivo de la fiesta de la Tomatina de hace unos años. A parte de ser una excelente radiografía del periodismo que hoy interesa, la noticia explica perfectamente la fascinación que existe hoy en día por los "clones" que tenemos en el mundo. Punto de inflexión en "El amante doble" (François Ozon, 2017), película recién estrenada en las salas españolas traída directamente de la sección oficial de Cannes. Ozon ha elaborado un film atractivo, morboso e inestable, su mayor logro es que en ningún momento del metraje sabemos en qué "tipo de película" estamos. ¿Un thriller erótico-psicológico? El director galo demuestra una vez más su antiadherencia a las etiquetas, jugando con los estandartes de un film clásico —resulta inquietante la presencia de Hitchcock y su "Vértigo" (1958) con doble incluida— para levantar una obra totalmente personal que juega con las infinitas posibilidades de la psique humana. Marine Vacth es el mayor descubrimiento de Ozon, y la protagonista de esta película. Una joven obsesiva acompañada de terribles dolores e incapaz de controlar sus armas de seducción, especialmente cuando visita al psicoterapeuta. Una idea algo retorcida, completamente alejada de la pureza narrativa del anterior film de Ozon, "Frantz" (2016), escandalosa y muy europea, incluso almodovariana en algunos giros de guión de imponente fuerza femenina y en esa vecina de tarta casera e hija atormentada.

Jérémie Renier y Marine Vacth dándole una vuelta a Freud

En "El amante doble" pervive la mirada del gato de "Elle" (Paul Verhoeven, 2016) que también arañó la alfombra roja de Cannes, no tiene la fuerza presencial de Huppert, pero ambos films pertenecen a una misma escuela, la de la provocación y la disección de la mente humana a través del sexo y los gatos. La forma de la película es algo más convencional, llegan a marearme esas escenas llenas de contenido vacuo donde los rostros se superponen o se enfrentan con trucos técnicos más que vistos. Para volver a brillar en su vuelta al clasicismo narrativo, esos giros de guión que juegan con la mente, con lo que la protagonista ha decidido enseñarnos, como el mítico flashback de "Pánico en la escena" (Alfred Hitchcock, 1950), para luego resolverse de una manera tan apresurada como eficaz. Gracias a la siempre bella, elegante y sofisticada Jacqueline Bisset. En esta última parte más cercana al fantástico o al terror —una vez más el cambio de atmósfera de Ozon— es esencial la presencia de Rosemary Woodhouse. La Mia Farrow de "La semilla del diablo" (Roman Polanski, 1968) se convierte en una presencia asfixiante, todos parecen conjurarse en su contra y el bebé que ella cree tener en su interior puede ser su peor enemigo, el causante de todos sus dolores. Entonces uno ve que la presencia del film de Polanski es clave desde el principio, la vecina que creíamos almodovariana es ahora la señora Castevet y el piso —al que se acaban de mudar los protagonistas como pareja— cada vez se asemeja más al edificio Dakota. François Ozon resuelve su modernismo con material clásico y gana, sorprende y nos deja clavados en la butaca durante los créditos. Por cierto, la chica de la Tomatina encontró a su doble, vive en Miami. 

Gemelo de noche, gemelo de día.

sábado, 9 de septiembre de 2017

El animal más hermoso del mundo

Durante la promoción de "La condesa descalza" (Joseph L. Mankiewicz, 1954), Ava Gardner se encontraba en lo más alto de su carrera. Acababa de ser nominada al Oscar por su interpretación en "Mogambo" (John Ford, 1953) y ya se había convertido en la actriz más bella del mundo, las distintas publicaciones se peleaban por lucir sus pómulos en las portadas y la joven que le había robado el premio no era competencia. Una joven Audrey Hepburn que, en contra de la belleza racial y el atrevido carácter de la Gardner, hacía gala de un dulce rostro y una delicadeza que buscaba un público totalmente distinto. "La condesa descalza" le presentó la oportunidad a Ava de colaborar con el gran Mankiewicz, autor privilegiado del Hollywood de oro y reconocido por los grandes papeles que había brindado a sus musas. Gene Tierney en "El fantasma y la señora Muir" (1947), Bette Davis en "Eva al desnudo" (1950) o el eterno trío de ases que formó con Jeanne Crain, Linda Darnell y Ann Sothern en "Carta a tres esposas" (1949). Papeles que el propio Mankiewicz escribía con la afilada pluma y la elegancia narrativa que se presumía en la época. Entonces fue cuando "La condesa descalza" se convirtió en un satírico reflejo de la realidad, Mankiewicz era ese Humphrey Bogart director de cine al servicio de un caprichoso director en busca de un rostro atractivo para levantar su película. El mítico director de origen alemán parecía superado por la propia industria que pretendía ridiculizar y Ava Gardner se comió la película, la crítica terminó por tachar de fría a su interpretación, que era nada menos que el de una bailarina de flamenco española.

Ava, Clark Gable y John Ford en el set de "Mogambo"

Mankiewicz dirigiendo a Ava
Pero Hollywood responde al dinero no al papel de periódico, y al poco tiempo se podían ver carteles sensacionalistas del film, en los que se podía leer: "The World's Most Beautiful Animal!". En el momento que la película de Mankiewicz pasó a ser anunciada como un espectáculo de circo, dejó de ser una película de Mankiewicz. Pero la combinación de Gardner, Bogart, el cine, los millones y Europa llamó al dinero, la gente acudió a verla en manada, y eso que en España se estrenó en enero de 1956, dos años después de su producción y con Bogart afectado de un cáncer de esófago que acabaría con su vida un año después. El guión, una inteligente versión prosada de "La cenicienta", recibió nominación al premio de la Academia, y el film fue recompensado con el Oscar al Mejor Actor de Reparto para un sudoroso —por exigencias del guión— Edmond O'Brian. La Gardner ya se había enamorado de España durante el rodaje de "Pandora y el holandés errante" (Albert Lewin, 1951), donde se hizo asidua a los ruedos de su amante Mario Cabré, además de al Chicote donde compartía tertulia con nuestros más reconocidos pensadores que caían a sus pies al tercer cóctel. Recientemente, hablando con Isabel Vigiola —quien fuera esposa de Antonio Mingote— recordaba sus tiempos como secretaria del gran Edgar Neville. Situaba la acción en un día de verano en la piscina de Neville, donde de pronto apareció Ava Gardner con un glamouroso traje de baño. Las miradas de los hombres recorrieron su figura de forma agitada, aunque también la de una joven Vigiola que quedó fascinada al comprobar que "¡hasta los pies tenía bonitos!". Brillante y premonitoria apreciación, pues en "La condesa descalza" perviven esos pies en busca del zapato perdido en la medianoche. 


Ava era mujer y bailaba descalza
Ava Gardner era una gran mujer, pero no una gran actriz. Tenía demasiada fuerza para la cámara, tenía su propia atmósfera, lo que hacía que el celuloide girara por completo entorno a ella, olvidándose de historias o tramas. En "La condesa descalza" no consigue estarse quieta ni estando esculpida en mármol, claro que en eso ya tenía la experiencia de "Venus era mujer" (William A. Seiter, 1948). No conozco otra actriz a la que se le haya esculpido en tantas ocasiones. El film de Seiter era una comedia habitual en los años cuarenta, dos hombres, un trama enrevesada con sencilla solución y una mujer que guía la trama. Pero el problema vuelve a estar en que Ava era mujer, y una vez más su fuerza termina por derribar la película. ¿Qué diría hoy el colectivo feminista ante un cartel comercial en el que se vende a la actriz protagonista como "el animal más hermoso del mundo"? Tristemente hoy hubiera sido imposible que una mujer como Ava Gardner encabezara nuestra cartelera habitual. John Huston sería el hombre clave en su carrera, precisamente porque era muy hombre además de un genial director, ya había logrado con "Vidas rebeldes" (1961) que tomásemos a Marilyn como una actriz de carácter, un papel hecho a su medida que se convirtió en el mayor retrato de la América profunda. Si lo logró con la Monroe, Ava Gardner no iba a ser menos, y así juntos filmaron "La noche de la iguana" (1964) y la magia de Tennessee Williams surtió efecto sobre la Venus a la que se le resistía el celuloide. Concha Velasco afirmó recientemente que Ava tenía una piel repugnante, si es así, no lo demostró hasta "La noche de la iguana". Su interpretación fue premiada en el Festival de San Sebastián. La TV movies y las grandes producciones —como "La Biblia" (1966) que le regaló el propio Huston— terminaron con su carrera, elevando el mito, escondiendo a la actriz, pero siempre luciendo los pies más bonitos del mundo. 

Riendo junto a Richard Burton en "La noche de la iguana"

jueves, 7 de septiembre de 2017

Verónica, heroína del grito

El cine español va asociado a un presupuesto, como el género de terror, he ahí el motivo de que ambos tengan una saludable relación con la taquilla. El terror español es reconocido internacionalmente, en lo que ha tenido especial relevancia el Festival de Sitges, y "Verónica" (Paco Plaza, 2017) nos demuestra que sigue en forma trayéndonos de vuelta al creador —junto a Jaume Balagueró—de la saga que se inició con "[•Rec]" (Paco Plaza y Jaume Balagueró, 2007). Vuelve con su apuesta más personal, un film cuidado y mimado, avalado por los hechos reales reflejados en el misterioso expediente policial y por las palabras del propio Plaza, quien asegura que "la historia se desvió para convertirse en algo casi autobiográfico". Lo que explica la fuerte presencia argumental que toma la vida diaria de una adolescente que ocupa el papel de madre de sus hermanos, además de la presencia de Ana Torrent y el uso de la canción "Hechizo" de Héroes del Silencio como un elemento hipnotizador, un amuleto que juega con el sueño y los poltergeist. El guión de Plaza y Fernando Navarro no deja de ser una oda a la adolescencia, donde los problemas más insignificantes se ven aumentados por la potente lente del púber y el colegio es la reducción del mundo. "Verónica" juega más allá de la trama de terror, alimenta una historia aún más oscura sobre la chica abandonada por sus amigas, la lectora de revistas de ocultismo, la niña que perdió la vida aquel noviembre de 1992. El director se sitúa en puntos muy personales, por ello resulta un error "enseñar al bicho", lo que reduce la película a un terror más ordinario. Menos nuestro y más de todos.

Vero y la Hermana Muerte

Antoñito, uno de los platos fuertes del film
"Verónica" es brillante en lo personal, en la facilidad narrativa de Plaza. Parece que está jugando con la cámara en todo momento, como ese trampantojo inicial con el grito de la niña, uno de los genios del terror español se divierte con su nueva criatura y no solo en la técnica, los sustos se tornan en broma para dosificar el horror y dejar paso a los espíritus familiares. La cinta destaca por su importante grado de originalidad, el único problema se ve cuando cae en lo convencional, en las sombras, los monstruos y los sustos acompañados de la batuta de Chucky Namanera. Claro que todo ello funciona, pero también evidencia que el mejor perfil de "Verónica" es el del cuadro del todo a cien, el de la madre saturada en un bar poblado por toda la afición del Rayo Vallecano y el de los niños, esos tres grandes descubrimientos del film que arrancan lágrimas y sonrisas por igual. Bruna González, Claudia Placer Iván Chavero son los hermanos de Verónica (Sandra Escacena), interpretaciones que son todo ojos y naturalidad. Todo sentimiento es cien veces mayor a través de los ojos de un niño, y Paco Plaza lo aprovecha con tacto y sentido del humor. Otro de los fuertes que estructura la historia es la religión, aunque la Hermana Muerte (Consuelo Trujillo) eche balones fuera diciendo que "Dios no tiene nada que ver en todo esto". "Verónica" nos lleva al Vallecas de los noventa y a una historia oscura escondida detrás del terror convencional del grito y la ouija. ¿Quién no disfruta volviendo a ver los walkman por las calles vistiendo el polo blanco del uniforme y viendo "¿Quién puede matar a un niño?" (Chicho Ibáñez Serrador, 1976) en la sesión de noche?

martes, 5 de septiembre de 2017

¿Qué fue de Hollywood?

En los últimos años la industria del cine está comenzando a alimentarse de sí misma, una especie de Telecinco a gran escala. Tanto los grandes estudios como los autores reconocidos rinden homenaje al viejo Hollywood, una triste moda que deja en evidencia aquel famoso refrán —"uno no sabe lo que tiene, hasta que lo pierde"—. Los productores han encontrado su gallina de los huevos de oro en una época llena de historias perversas y estrellas decadentes que dejan en su estela el paso a jóvenes promesas, retratos miserables de un mundo que pervive en nuestra memoria lleno de glamour y grandes divas sonrientes. Un mundo que ahora se nos vende como una manzana envenenada, como las provocadoras columnas de Hedda Hopper, siempre dispuestas a descarnar cualquier sencillo rumor que corra entre las malas lenguas. Quizás por ello el personaje de Hedda sea uno de los más recurrentes en este nuevo resurgir del viejo Hollywood, ya no están las grandes estrellas, no existen. Por ello las que lo fueron hoy son leyenda, y los trapos sucios de una leyenda son hoy celuloide difícil de inflamar. Los hermanos Coen crearon un mundo de triunfadores insensatos rodeados por el enemigo comunista y protegidos por un pobre detective privado, una fábula blanca y triunfal, una comedia referencial que emulaba aquellos años que "¡Ave, César!" (Joel y Ethan Coen, 2016). Ahí estaba el personaje de Hopper, escondido tras un álter ego y un ridículo sombrero, encarnada por la voraz Tilda Swinton a golpe de pluma. Es normal que los Coen hayan hecho estallar este boom, al fin y al cabo su carrera iba ligada a otra época, su particular remake de "El Quinteto de la muerte" (Alexander MacKendrick, 1955) y su homenaje a la screwball comedy con "Crueldad intolerable" (Joel Coen, 2003), les habían merecido el derecho de explotar la burbuja.

Bette and Joan

Joan con el Oscar de Anne Bancroft
Es triste ver en nuestras pantallas como Hollywood se devora sin piedad, quema sus viejas historias del pasado, destruye sus leyendas por un público y una crítica que las consume hambrientos de metraje, de conocimiento. Fascinados, al mismo tiempo, por la leyenda. "Feud: Bette and Joan" (creada por Ryan Murphy, 2017) es el último producto que ha parido este peculiar movimiento, y aquí estoy yo, com toda la miniserie consumida y dispuesto a alabar cada uno de sus capítulos. Esta atracción que sentimos hacia el pasado se explica con una cita del excéntrico Jack Warner que interpreta Stanley Tucci, en la que viene a decir que a la gente le gusta el hagsploitation —thrillers protagonizados por "viejas glorias"— por ver la degradación de esas actrices. La creación del término se le atribuye al propio Warner, y es también el motivo por el que ahora nos aficionamos a estas producciones, nos dejamos arrastrar por el morbo. "Feud" es una serie brillante, estructurada conforme a dos leyendas como son Bette Davis y Joan Crawford, dos seres enfrentados por el talento y el aspecto. Susan Sarandon y Jessica Lange se implican hasta sudar como ellas —ahí entra su interés como productoras— y nos regalan dos interpretaciones magistrales, conducidas por un guión brillante, con diálogos brillantes construidos a partir de sus famosas frases. No importa que Sarandon lleve las tetas más altas que el moño en los canales de Venecia, para ser Bette Davis es capaz de bajárselas y caminar como ella. Tampoco importa el estirado rostro de Lange, durante los ocho episodios nadie puede negarle que es Joan Crawford. Ambas son un retrato magro de las dos divas.

Joan and Bette

Olivia y Bette
Personalmente soy un gran espectador de las películas sobre rodajes, lo que sin duda me atrajo a ver lo que se rescataba de uno tan comentado como el de "¿Qué fue de Baby Jane?" (Robert Aldrich, 1962). Una enemistad real que, como dice la dulce Olivia de Havilland de Catherine Zeta-Jones, no nace del odio, sino del dolor. "Feuds are about pain". Pero la eterna Melanie Hamilton de "Lo que el viento se llevó" (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939) sigue viva y se ha manifestado contra el retrato de su persona en "Feud". Esta última genialidad de Havilland, que irá a los juzgados, no es más que el último coleteo de un Hollywood que se nos escapa, una industria con carácter, arriesgada y frívola. Son esta clase de testimonios los que nos llevan a ir corriendo a nuestro televisor. "Feud" se ve como una pieza única, un emotivo retrato del dolor que existía entre dos grandes actrices de las que hoy pervive su imagen. Woody Allen recurrió a la época para servirnos un elegante plato de nostalgia con "Café Society" (2016) y "Trumbo" (Jay Roach, 2015) recuperó un personaje ahogado por la historia y sacó los trapos sucios del macartismo, allí estaba también Hedda Hopper interpretada por Helen Mirren. "Feud" lo hace por necesidad, la historia se lo pide, y así se crece en una estética de cartón piedra, como el cine de la época. Las mejores películas son las que se notan que son películas, donde todo está a disposición de la historia y la cámara. Por lo que "Feud" rescata su época, su cine y sus leyendas en cuerpo y alma, no hay nada más morboso.

Susan Sanrandon as Bette Davis

Hedda y Joan
Cómo el propio Allen desdibujó en "Un final made in Hollywood" (Woody Allen, 2002), los grandes estudios tienen su fórmula y —verdaderamente, no sé cómo— seguimos tragándonosla con la misma emotividad que la primera vez. El final de "Feud" es totalmente hollywoodiense, un triste y sonoro reflejo de la soledad que nos persigue en los créditos, clavándose en nosotros como una astilla difícil de sacar. Y luego está esa imagen traída directamente de "El crepúsculo de los dioses" (Billy Wilder, 1950), las estrellas del pasado alrededor de una misma mesa mientras juegan al póker. En la escena original estaba la auténtica Hedda Hopper disfrutando de los resquicios que quedaban de su carrera como actriz, aquí está Judy Davis en su lugar, junto a Jack Warner, Bette Davis y una Joan Crawford que se despide como de verdad hubiera merecido. Es mayor la tristeza cuando nos damos cuenta de que la escena más bonita —el reconociendo más emotivo— es precisamente la que nunca existió. "Feud" no habla del enfrentamiento entre Bette y Joan, es un duro retrato de un viejo Hollywood al que admiran, un Hollywood repleto de las más grandes estrellas sumidas en su propia soledad. Claro que, como dice Susan Sarando, no necesito subtexto, sino un buen texto. Por lo que disfruten de la serie en su plenitud, déjense guiar por el morbo y ni siquiera se planteen qué fue de Hollywood.

Jessica Lange as Joan Crawford

lunes, 4 de septiembre de 2017

Valerian y el futuro de Europa

"Valerian y la ciudad de los mil planetas" (Luc Besson, 2017) es como una cápsula de ácido lisérgico que explota en cientos de colores y alucinaciones, un mundo heredero directo de "Blade Runner" (Ridley Scott, 1982) y "Star Wars" (George Lucas, 1977), con los enormes edificios que se levantan en una ciudad que está en otra dimensión y personajes que escapan del enemigo por el vertedero. La carrera de Besson ha devenido en películas cada vez más destinadas al entretenimiento, un papel que él mismo se propone jugar contra la industria americana, tomando incluso a sus nombras más rentables. "Valerian..." es la película europea más cara de la historia. Un blockbuster que cumple con su función, soy de la época de Harry Potter y del resurgir de Star Wars, pero no me importaría jugar a ser Velerian en los recreos, un héroe divertido y un reparto de extraterrestres realmente genial. Dane Dehaan resulta soso, pero es ahí dónde encuentra su distintivo de nuevo Skywalker, enfrentado directamente a personajes tan excéntricos como el breve —pero intenso— interpretado por Ethan Hawke. La joven promesa del momento, Cara Delevingne, queda predestinada para un futuro como heroína de acción, siguiendo la estela de otras femme Besson, como Scarlett Johansson o Milla Jovovich. La gran apuesta de "Valerian..." no tiene que ver con su reparto ni con su presupuesto, tampoco con una historia habitual de "save the world", en este caso the galaxy. La genialidad está en su particular modo de utilizar un mundo ideal para devastarlo como siempre por la raza humana.

Dos turistas en otra dimensión

Besson entre sus héroes de infancia
El film comienza en un mundo compuesto a base de buenrrollismo, naturaleza exótica y LSD, un preámbulo que —como se prevé, por lo que no es ningún spoiler— termina arrasado por una guerra que poco tiene que ver con ellos. Una metáfora facilona, pero necesaria y olvidada, de lo que todavía ocurre en África. La universalidad de "Valerian y la ciudad de los mil planetas" está precisamente en su capacidad para abarcar todos los problemas que nos rodean, quizás demasiado para una humilde película. Ha pasado más de medio milenio y seguimos acarreando una terrible crisis económica, continuamos destruyendo especies para el beneficio humano y los artistas siguen temiendo trabajar como camareros —genial el guiño de Rihanna— y todo ello con la presunción de que en los próximos cien años lleguemos a un tratado de paz en nuestro planeta. A decir verdad, tras los mensajes de odio que se han difundido tras los atentados de Barcelona, estamos muy lejos de saludar a un musulmán, como ocurre al principio de la cinta mientras la space oddity de Bowie suena cada vez más extraña y el "gran salto" del Major Tom sólo parece posible en la letra de una canción. Besson se divierte en una película que desea desde la infancia, desde que leía los cómics en los que se basa, y se regala un film impoluto, un súperventas que esconde un terrible e inevitable mensaje. Por eso me encantaría tener diez años y jugar a ser Valerian en el patio del recreo. 


domingo, 3 de septiembre de 2017

Una villa en la Riviera

Vanity Fair está escrito desde una sofisticada elegancia y un astuto sentido del humor, logran las entrevistas más exclusivas y sus reportajes se elaboran con un exquisito mimo que nos embauca y nos lleva a una divertida lectura de amor y lujo. Fue uno de estos artículos el que me llevó a "Riviera" (creada por Neil Jordan, 2017), una miniserie que comparte marco con el Vanity Fair y que presume de una imagen refinada y una trama negra escrita al limón por el propio Jordan y un veterano en la narrativa criminal, el gran John Banville —también conocido como Benjamin Black— premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2014, aunque esta sea sólo otra excusa para asomarse a esta historia ambientada en la Costa Azul. "Riviera" tiene un comienzo cuando menos convencional, un millonario, un yate, un cuadro, una explosión y una joven viuda con mucho por descubrir, ésta es Julia Stiles, cuyo rostro asociado a comedias románticas y a la saga "Bourne" (2002-2016) no ha hecho más que atraer al público equivocado. A medida que la trama avanza disfrutamos otra vez como si estuviéramos ante el Vanity, un eficaz retrato de un mundo en el que las drogas se mezclan con champán y los mafiosos son la mejor guardia personal que puedes contratar, una aguda trama que se desarrolla con astutos giros de guión que no siempre coinciden con el cliffhanger del episodio, un recurso televisivo cada vez más inútil en una era en la que escogemos cuando y cómo ver el material. La historia toma un ritmo frenético e imparable cuando aparece un disco duro —con llave por separado— que no no deja de ser un macguffin que suma suspense a este cinematográfico retrato de la jet set internacional.

Lena Olin, anfitriona en la casa de su ex

Entre la Preysler y la Carrington
El principal fuerte de "Riviera" es su capacidad de sumergirnos en los distintos ámbitos de poder, de tal manera que llega a tomar el cauce sorrentiniano, con una estética más cercana a un catálogo de Ikea que al propio cine de Sorrentino. Destaca en este punto el personaje de la sueca Lena Olin, una maternal y poderosa mujer de sociedad, entre Isabel Preysler y la Joan Collins de "Dinastía" (creada por Richard Shapiro, 1981-89), señora dispuesta a todo con tal de salvar el caché de su apellido y seguir siendo invitada a los convites más influyentes de la zona. Con todo ello nos movemos por el alto mercado del arte, engorrosos problemas con Hacienda, paraísos fiscales, coches, fiestas y los muchos problemas que puede acarrear una herencia de millones de euros, para terminar componiendo un relato coherente y estilizado que termina por poner a cada personaje en su sitio. La principal muestra de que esta Europa no es la nuestra se resume en una frase que dice el hijo mayor del difunto millonario: "son sólo dos rayas de coca, mamá". La mayor decepción de "Riviera" es precisamente lo alejada que está del reportaje que me llevó a ella, imágenes de villas clásicas, reuniones de espías y Grace Kelly en la piscina mientras Somerset Maugham toma una copa junto a Winston Churchill en la fotografía anterior. Todo ello se releva por una estética plastificada y unos personajes al servicio de una —buena– historia, al final todo es como un anuncio de sí mismo. Pese a todo perviven la frivolidad y el exceso de aquella época, aunque la extravagancia y el cinismo se hayan perdido en esta adaptación. Sus referentes bien podrían ser Carmen Posadas o Boris Izaguirre, la elegancia y el protocolo son otro personaje.